ROMIOSINI I, de Yannis Ritsos


 



Estos árboles no se arreglan con tan poco cielo,
estas piedras no se arreglan bajo el paso extranjero,
estos rostros no se arreglan sino con sol,
estos corazones no se arreglan sino con justicia.

Este sitio es duro como el silencio,
aprieta contra el pecho sus piedras calcinadas,
aprieta contra la luz sus olivos huérfanos y sus viñas,
aprieta los dientes. No hay agua. Solamente luz.
El camino se pierde en la luz y la sombra de la tapia es metálica.

Se petrificaron los árboles, los ríos y las voces en la cal del sol.
La raíz tropieza con el mármol. Arbustos polvorientos.
El mulo y la roca. Jadean. No hay agua.
Todos tienen sed. Hace años. Todos mascan un amargo bocado de cielo.

Sus ojos están rojos por la vigilia,
una profunda arruga se clava como una cuña entre sus cejas
como un ciprés entre dos montañas a la hora del crepúsculo.

Sus manos están pegadas al fusil,
el fusil prolonga sus manos,
sus manos prolongan sus almas,
tienen los labios llenos de rabia
y el dolor en lo más hondo de sus ojos
como una estrella en un pozo de sal.

Cuando aprietan la mano el sol está seguro para el mundo,
cuando sonríen una pequeña golondrina vuela de sus hirsutas barbas,
cuando duermen doce estrellas caen de sus bolsillos vacíos,
cuando mueren la vida sube la cuesta con banderas y tambores.

Hace tantos años que tienen hambre, todos tienen sed, todos mueren
sitiados por tierra y por mar;
la sequía devoró sus campos y la sal regó sus casas,
el viento arrancó sus puertas y las escasas lilas de la plaza,
por los agujeros de sus abrigos entra y sale la muerte,
sus lenguas están ásperas como una piña,
sus perros han muerto envueltos en sus sombras,
la lluvia cala sus huesos.

Inmóviles en las atalayas fuman la bosta y la noche
escrutando el mar enfurecido donde se hundió
el mástil quebrado de la luna.

El pan se agotó, las balas se agotaron,
ahora cargan los cañones sólo con sus corazones.

Tantos años sitiados por tierra y por mar,
todos tienen hambre, todos perecen, pero ninguno muere-
sus ojos brillan en las atalayas,
ven una gran bandera, un gran fuego rojo
y cada amanecer miles de palomas vuelan de sus manos
hacia las cuatro puertas del horizonte.

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