CIUDAD DESIERTA, de Ernestina de Champourcin


Aquí no hay nada, nadie.

Entre tanto gentío

nadie va, nadie viene.

Sólo se toca el aire,

silencio en el bullicio,

vacío en la palabra

oquedad en el movimiento,

presencia sin personas.

Qué enredo de países,

de adverbios, de niveles,

qué maraña de puertas,

de nombres, de caminos.

¿Aquí, allí, adónde?

Hay letras encendidas

que duelen como llagas.

Es forzoso salir:

buscar alguna parte,

¿buscar qué?, un orificio

entre la masa amorfa,

un huequecillo tenue

con temblor de caricia,

una esquina con flores.

La mujer y los niños

miran hacia delante

y sonríen por algo

que no se les alcanza.

Decirles “aquí estoy”.

Decir “venid conmigo”.

Pero ¿adónde llevarlos

si no nos lleva nadie?

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