PALABRAS PERDIDAS, de Carilda Oliver Labra

 


No me quejo de lo terrible que asoma:
este diente que he perdido es una de sus señales,
este temporal que ensordece es uno de sus atributos.

No hay nada que hacer,
no acierto con la clave.

Ahora se aproxima una página y me toma de golpe.
Es como un amante súbito que no esperábamos,
que nos posee en el temblor del crepúsculo
sin una sílaba imprudente.
Bajo su magia encuentro a la primera mujer
que seguramente fui.
Estoy muerta, lo sé,
aunque salgo a pasear por la Calzada de Tirry
y me asombro con sus cariátides.

Persigo lo que no existe y conozco de siempre.
Canto a la tempestad, soy su hija, su desmemoriada,
la última
de una raza que no ha de dejar descendientes.

Contraigo cierta mansedumbre cuando me da el sereno
en las noches del mar.
Se me cruza la vista con las flores que invento,
con las nubes,
clavada a este madero que me tomó por naúfraga.
Vivo de algún trago de lluvia,
de este poco de hombre,
y siempre tengo miedo de no abrazar a nadie.

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