SOLILOQUIO DEL SOLDADO, de Sara de Ibáñez

 


Quisiera abrir mis venas bajos los durazneros,

en aquel distraído verano de mi boca.

Quisiera abrir mis venas para buscar tus rastros,

lenta rueda comida por agrias amapolas.

 

Yo te ignoraba fina colmena vigilante.

Río de mariposas naciendo en mi cintura.

Y apartaba las yemas, el temblor de los álamos,

y el viento que venía con máscara de uvas.

 

Yo no quise borrarme cuando no te miraba

pero me sostenías, fresca mano de olivo.

Estrella navegante no pude ver tu borda

pero me atravesaste como a un mar distraído.

 

Ahora te descubro, tan herido extranjero,

paraíso cortado, esfera de mi sangre.

Una hierba de hierro me atraviesa la cara...

Sólo ahora mis ojos desheredados se abren.

 

Ahora que no puedo derruir tu frontera

debajo de mi frente, detrás de mis palabras.

Tocar mi vieja sombra poblada de azahares,

mi ciego corazón perdido en la manzana.

 

Ahora estoy despierto. Nacen al fin mis ojos

pisados por el humo, agujereando arañas,

duros estratos de algas con muertos veladores

que sin cesar devoran sus raicillas heladas.

 

Y te cruzo despierto, fiero túnel de ortigas,

remolino de espadas, vómito de la muerte.

Voy asido a las crines de un caballo espinoso

que vuela con ciudades quemadas en el vientre.

 

Voy despierto, despierto y obediente a mis manos,

con un río de pólvora cuajado en el aliento,

ahora que estoy solo y enemigo del aire,

seco, desarraigado, desnudo, combatiendo.

 

 

VI

Es necesario herir, cortar las venas,

entrar al rayo, al frío, a la serpiente:

pisar frescos veleros en la frente,

morder la brisa, el canto, las arenas.

 

Porque crecen recónditas cadenas

del río al campo, al cielo indiferente,

del pez al pan, al olivar ardiente,

de los muertos al aire, a las colmenas.

 

Crecen los derramados eslabones.

Crece un trono disperso, un mar idiota.

Su espuma cruel devora las gargantas.

 

Abriendo secretísismos halcones;

invade, sube, con la boca rota

y escupe  sobre Dios las duras plantas.

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