LOS ADIOSES, de Pedro Salinas

 


I

Adiós. Si te digo adiós,

no nos separaremos tan pronto.

Ya no había nada que decirse.

Y de repente alguien,

tú o yo,

echó la salvación,

esa palabra, adiós, entre nosotros.

Y ahora ya no podemos 

irnos así.

Hay que quedarse.

Tenemos que decirnos adiós.

Desenredar esa madeja

del adiós redondo.

Explicar , explicarnos, las entrañas

vivas o muertas del adiós.

Decir adiós, adiós,

de día, de noche;

adioses negros, blancos;

adiós riendo, adiós llorando.

Juntos ya siempre por la despedida.

Inseparables

al borde mismo – adiós – del separarse .

 

II

Poner telegramas:

“Imposible viaje. Surgió adiós imprevisto.”

Escribir cartas, diciendo:

“Ya no puedo  operarme.

Tengo una despedida”.

Colgar en la puerta de casa

un papel blanco, donde no esté escrito:

“Cerrado, por adiós.”

 

III

Apoyados

estamos en la baranda

sobre el agua del adiós.

No está turbia, ni vacía.

Tiene nubes, hojas, vuelos,

dentro,

que van y vienen, que pasan

sin hacer ruido.

 

Le flotan números, letras,

por encima, sueltas:

no cuentan nada, no dicen

nada.

Cifras elíseas, letras

vestidas de paraíso,

asunción y vacación,

disponibles a otra vida.

Se te ve en el agua – adiós -

mucho mejor que en tu cara.

Se te ven en el agua – adiós-

mucho mejor que en mi alma.

No saldrás nunca de aquí

ya.

Vivirás así, escapada

de tu cara, de mi alma,

tercera de ti, y de mí,

nueva,

hija fresca del adiós.

Vivir:

mirarnos en el adiós.

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