POR SOLEDADES, de Francisco Urondo

Un hombre es perseguido, una

familia entera, una organización, un pueblo. La

responsable de esta situación no es la codicia, sino un

comerciante con sus precios, con la imposición

de las reglas del juego. Los empresarios, la policía

con la imposición de las reglas del juego. Por eso

ese hombre, ese pueblo, esa familia, esa organización, se

siente perseguida. Es más, comienzan

a perseguirse entre ellos, a delatarse,

a difamarse, y juntos, a su vez, se lanzan a perseguir

quimeras, a olvidarse de las legítimas,

de las costosas pero realizables aspiraciones;

marginan la penosa esperanza. Entonces

toda la familia, todo el pueblo, entra

en el nivel más alto de la persecución: la paranoia, esa

refinada búsqueda de los

perseguidos históricos y culturales.

Y ésta

es la triste historia de los pueblos

derrotados, de las familias envilecidas,

de las organizaciones inútiles, de los hombres solitarios, la

llama que se consume sin el viento, los aires

que soplan sin amor, los amores que se marchitan

sobre la memoria del amor o sus fatuas presunciones.

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