NOCTURNO DEL HUECO, de Federico García Lorca


Para ver que todo se ha ido,

para ver los huecos y los vestidos,

¡dame tu guante de luna,

tu otro guante perdido en la hierba,

amor mío!

Puede el aire arrancar los caracoles

muertos sobre el pulmón del elefante

y soplar los gusanos ateridos

de las yemas de luz o las manzanas.

Los rostros bogan impasibles

bajo el diminuto griterío de las yerbas

y en el rincón está el pechito de la rana,

turbio de corazón y mandolina.

En la gran plaza desierta

mugía la bovina cabeza recién cortada

y eran duro cristal definitivo

las formas que buscaban el giro de la sierpe.

Para ver que todo se ha ido

dame tu mudo hueco, ¡amor mío!

Nostalgia de academia y cielo triste.

¡Para ver que todo se ha ido!

Dentro de ti, amor mío, por tu carne,

¡qué silencio de trenes boca arriba!

¡cuánto brazo de momia florecido!

¡qué cielo sin salida, amor, qué cielo!

Es la piedra en el agua y es la voz en la brisa

bordes de amor que escapan de su tronco sangrante.

Basta tocar el pulso de nuestro amor presente

para que broten flores sobre los otros niños.

Para ver que todo se ha ido.

Para ver los huecos de nubes y ríos.

Dame tus manos de laurel, amor.

¡Para ver que todo se ha ido!

Ruedan los huecos puros, por mí, por ti, en el alba

conservando las huellas de las ramas de sangre

y algún perfil de yeso tranquilo que dibuja

instantáneo dolor de luna apuntillada.

Mira formas concretas que buscan su vacío.

Perros equivocados y manzanas mordidas.

Mira el ansia, la angustia de un triste mundo fósil

que no encuentra el acento de su primer sollozo.

Cuando busco en la cama los rumores del hilo

has venido, amor mío, a cubrir mi tejado.

El hueco de una hormiga puede llenar el aire,

pero tú vas gimiendo sin norte por mis ojos.

No, por mis ojos no, que ahora me enseñas

cuatro ríos ceñidos en tu brazo,

en la dura barraca donde la luna prisionera

devora a un marinero delante de los niños.

Para ver que todo se ha ido

¡amor inexpugnable, amor huido!

No, no me des tu hueco,

¡que ya va por el aire el mío!

¡Ay de ti, ay de mí, de la brisa!

Para ver que todo se ha ido.

II

Yo.

Con el hueco blanquísimo de un caballo,

crines de ceniza. Plaza pura y doblada.

Yo.

Mi hueco traspasado con las axilas rotas.

Piel seca de uva neutra y amianto de madrugada.

Toda la luz del mundo cabe dentro de un ojo.

Canta el gallo y su canto dura más que sus alas.

Yo.

Con el hueco blanquísimo de un caballo.

Rodeado de espectadores que tienen hormigas en las palabras.

En el circo del frío sin perfil mutilado.

Por los capiteles rotos de las mejillas desangradas.

Yo.

Mi hueco sin ti, ciudad, sin tus muertos que comen.

Ecuestre por mi vida definitivamente anclada.

Yo.

No hay siglo nuevo ni luz reciente.

Sólo un caballo azul y una madrugada.

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