HOMBRE, de Dámaso Alonso


Hombre,

gárrula tolvanera

entre la torre y el azul redondo,

vencejo de una tarde, algarabía

desierta de un verano.

Hombre, borrado en la expresión, disuelto

en ademán: sólo flautín bardaje,

sólo terca trompeta,

híspida en el solar contra las tapias.

Hombre,

melancólico grito,

¡oh solitario y triste

garlador!: ¿dices algo, tienes algo

que decir a los hombres o a los cielos?

¿Y no es esa amargura

de tu grito, la densa pesadilla

del monólogo eterno y sin respuesta?

Hombre,

cárabo de tu angustia,

agüero de tus días

estériles, ¿qué aúllas, can, qué gimes?

¿Se te ha perdido el amo?

No: se ha muerto.

¡Se te ha podrido el amo en noches hondas,

y apenas sólo es ya polvo de estrellas!

Deja, deja ese grito,

ese inútil plañir, sin eco, en vaho.

Porque nadie te oirá. Solo. Estás solo.

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