EL NIÑO STANTON, de Federico García Lorca


(Campo de Newburg)

A Concha Mendez y Manuel Altologuirre

Do you like me?

-Yes, and you?

-Yes, yes.

Cuando me quedo solo

me quedan todavía tus diez años,

los tres caballos ciegos,

tus quince rostros con el rostro de la pedrada

y las fiebres pequeñas heladas sobre las hojas del maíz.

Stanton, hijo mío, Stanton.

A las doce de la noche el cáncer salía por los pasillos

y hablaba con los caracoles vacíos de los documentos,

el vivísimo cáncer lleno de nubes y termómetros

con su casto afán de manzana para que lo piquen los ruiseñores.

En la casa donde hay un cáncer

se quiebran las blancas paredes en el delirio de la astronomía

y por los establos más pequeños y en las cruces de los bosques

brilla por muchos años el fulgor de la quemadura.

Mi dolor sangraba por las tardes

cuando tus ojos eran dos muros,

cuando tus manos eran dos países

y mi cuerpo rumor de hierba.

Mi agonía buscaba su traje,

polvorienta. mordida por los perros,

y tú la acompañaste sin temblar

hasta la puerta del agua oscura.

¡Oh mi Stanton, idiota y bello entre los pequeños animalitos,

con tu madre fracturada por los herreros de las aldeas,

con un hermano bajo los arcos,

otro comido por los hormigueros,

y el cáncer sin alambradas latiendo por las habitaciones!

Hay nodrizas que dan a los niños

ríos de musgo y amargura de pie

y algunas negras suben a los pisos para repartir filtro de rata.

Porque es verdad que la gente

quiere echar las palomas a las alcantarillas

y yo sé lo que esperan los que por la calle

nos oprimen de pronto las yemas de los dedos.

Tu ignorancia es un monte de leones, Stanton.

El día que el cáncer te dio una paliza

y te escupió en el dormitorio donde murieron los huéspedes en la epidemia

y abrió su quebrada rosa de vidrios secos y manos blandas

para salpicar de lodo las pupilas de los que navegan,

tú buscaste en la hierba mi agonía,

mi agonía con flores de terror,

mientras que el agrio cáncer mudo que quiere acostarse contigo

pulverizaba rojos paisajes por las sábanas de amargura,

y ponía sobre los ataúdes

helados arbolitos de ácido bórico.

Stanton, vete al bosque con tus arpas judías,

vete para aprender celestiales palabras

que duermen en los troncos, en nubes, en tortugas,

en los perros dormidos, en el plomo, en el viento,

en lirios que no duermen, en aguas que no copian,

para que aprendas, hijo, lo que tu pueblo olvida.

Cuando empiece el tumulto de la guerra

dejaré un pedazo de queso para tu perro en la oficina.

Tus diez años serán las hojas

que vuelan en los trajes de los muertos,

diez rosas de azufre débil

en el hombro de mi madrugada.

Y yo, Stanton, yo solo, en olvido,

con tus caras marchitas sobre mi boca,

iré penetrando a voces las verdes estatuas de la Malaria.

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