DOS NIÑOS ANHELANTES, de César Vallejo

No. No tienen tamaño sus tobillos; no es su espuela

suavísima, que da en las dos mejillas.

Es la vida no más, de bata y yugo.

No. No tiene plural su carcajada,

ni por haber salido de un molusco perpétuo, aglutinante,

ni por haber entrado al mar descalza,

es la que piensa y marcha, es la finita.

Es la vida no más; sólo la vida.

Lo sé, lo intuyo cartesiano, autómata,

moribundo, cordial, en fin, espléndido.

Nada hay sobre la ceja cruel del esqueleto;

nada, entre lo que dio y tomó con guante

la paloma, y con guante,

la eminente lombriz aristotélica;

nada delante ni detrás del yugo;

nada de mar en el océano

y nada

en el orgullo grave de la célula.

Sólo la vida; así: cosa bravísima.

Plenitud inextensa,

alcance abstracto, venturoso, de hecho,

glacial y arrebatado, de la llama;

freno del fondo, rabo de la forma.

Pero aquello

para lo cual nací ventilándome

y crecí con afecto y drama propios,

mi trabajo rehúsalo,

mi sensación y mi arma lo involucran.

Es la vida y no más, fundada, escénica.

Y por este rumbo,

su serie de órganos extingue mi alma

y por este indecible, endemoniado cielo,

mi maquinaria da silbidos técnicos,

paso la tarde en la mañana triste

y me esfuerzo, palpito, tengo frío.

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