LLANTO LUNAR, de German Pardo García


Si estaba sola, diáfana y tranquila,

¿por qué nosotros ir hasta su suelo,

desgarrar la hermosura de su velo

y enturbiar esa mágica pupila?

¡Pero tuvo que ser! El hombre enfila

su compulsión hacia distinto cielo,

y rompe las barreras de su anhelo

dejando atrás lo que a sus pies vacila.

Hombre divino, sí, pero inhumano,

con esferas de hidrógeno en la mano

y más grandioso cuanto más se agita,

prosigue su galope hacia la nada,

sin ver que de la luna bombardeada

se desprende una lágrima infinita.

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