EL FANTASMA DEL BUQUE DE CARGA, de Pablo Neruda


Distancia refugiada sobre tubos de espuma,

sal en rituales olas y órdenes definidos,

y un olor y rumor de buque viejo,

y fatigadas máquinas que aúllan y lloran

empujando la proa, pateando los costados,

mascando lamentos, tragando y tragando distancias,

haciendo un ruido de agrias aguas sobre las agrias aguas,

moviendo el viejo buque sobre las viejas aguas.

Bodegas interiores, túneles crepusculares

que el día intermitente de los puertos visita:

sacos, sacos que un dios sombrío ha acumulado

como animales grises, redondos y sin ojos,

con dulces orejas grises,

y vientres estimables llenos de trigo o copra,

sensitivas barrigas de mujeres encinta,

pobremente vestidas de gris, pacientemente

esperando en la sombra de un doloroso cine.

Las aguas exteriores de repente

se oyen pasar, corriendo como un caballo opaco,

con un ruido de pies de caballo en el agua,

rápidas, sumergiéndose otra vez en las aguas.

Nada más hay entonces que el tiempo en las cabinas:

el tiempo en el desventurado comedor solitario,

inmóvil y visible como una gran desgracia.

Olor de cuero y tela densamente gastados,

y cebollas, y aceite, y aún más,

olor de alguien flotando en los rincones del buque,

olor de alguien sin nombre

que baja como una ola de aire las escalas,

y cruza corredores con su cuerpo ausente,

y observa con sus ojos que la muerte preserva.

Observa con sus ojos sin color, sin mirada,

lento, y pasa temblando, sin presencia ni sombra:

los sonidos lo arrugan, las cosas lo traspasan,

su transparencia hace brillar las sillas sucias.

¿Quién es ese fantasma sin cuerpo de fantasma,

con sus pasos livianos como harina nocturna

y su voz que sólo las cosas patrocinan?

Los muebles viajan llenos de su ser silencioso

como pequeños barcos dentro del viejo barco,

cargados de su ser desvanecido y vago:

los roperos, las verdes carpetas de las mesas,

el color de las cortinas y del suelo,

todo ha sufrido el lento vacío de sus manos,

y su respiración ha gastado las cosas.

Se desliza y resbala, desciende, transparente,

aire con el aire frío que corre sobre el buque,

con sus manos ocultas se apoya en las barandas

y mira el mar amargo que huye detrás del buque.

Solamente las aguas rechazan su influencia,

su color y su olor de olvidado fantasma.

Y frescas y profundas desarrollan su baile

como vidas de fuego, como sangre o perfume,

nuevas y fuertes, unidas y reunidas.

Sin gastarse las aguas, sin costumbre ni tiempo,

verdes de cantidad, eficaces y frías,

tocan el negro estómago del buque y su materia

lavan, sus costras rotas, sus arrugas de hierro:

roen las aguas vivas la cáscara del buque,

traficando sus largas banderas de espuma y sus dientes de sal volando en gotas.

Mira el mar el fantasma con su rostro sin ojos:

el círculo del día, la tos del buque, un pájaro

en la ecuación redonda y sola del espacio,

y desciende de nuevo a la vida del buque

cayendo sobre el tiempo muerto y la madera,

resbalando en las negras cocinas y cabinas,

lento de aire y atmósfera y desolado espacio.

COLECCIÓN NOCTURNA de Pablo Neruda

He vencido el ángel del sueño, el funesto alegórico:

su gestión insistía, su denso paso llega

envuelto en caracoles y cigarras,

marino, perfumado de frutos agudos.

Es el viento que agita los meses, el silvido de un tren,

el paso de la temperatura sobre el lecho,

un opaco sonido de sombra

que cae como trapo en lo interminable,

una repetición de distancias, un vino de color confundido,

un peso polvoriento de vacas bramando.

A veces su canasto negro cae en mi pecho,

sus sacos de dominio hieren mi hombro,

su multitud de sal, su ejército entreabierto

recorren y revuelven las cosas del cielo:

él galopa en la respiración y su paso es de beso:

su salitre seguro planta en los párpados

con vigor esencial y solemne propósito:

entra en lo preparado como un dueño:

su substancia sin ruido equipa de pronto,

su alimento profético propaga tenazmente.

Reconozco a menudo sus guerreros,

sus piezas corroídas por el aire, sus dimensiones,

y su necesidad de espacio es tan violenta

que baja hasta mi corazón a buscarlo:

él es el propietario de las mesetas inaccesibles,

él baila con personajes trágicos y cotidianos:

de noche rompe mi piel su ácido aéreo

y escucho en mi interior temblar su instrumento.

Yo oigo el sueño de viejos compañeros y mujeres amadas,

sueños cuyos latidos me quebrantan:

su material de alfombra piso en silencio,

su luz de amapola muerdo con delirio.

¡Cadáveres dormidos que a menudo

danzan asidos al peso de mi corazón,

qué ciudades opacas recorremos!

Mi pardo corcel de sombra se agiganta,

y sobre envejecidos tahúres, sobre lenocinios de escaleras

gastadas,

sobre lechos de niñas desnudas, entre jugadores de foot-ball,

del viento ceñidos pasamos:

y entonces caen a nuestra boca esos frutos blandos del cielo,

los pájaros, las campanas conventuales, los cometas:

aquel que se nutrió de geografía pura y estremecimiento,

ése tal vez nos vio pasar centelleando.

Camaradas cuyas cabezas reposan sobre barriles,

en un desmantelado buque prófugo, lejos,

amigos míos sin lágrimas, mujeres de rostro cruel:

la medianoche ha llegado y un gong de muerte

golpea en torno mío como el mar.

Hay en la boca el sabor, la sal del dormido.

Fiel como una condena, a cada cuerpo

la palidez del distrito letárgico acude:

una sonrisa fría, sumergida,

unos ojos cubiertos como fatigados boxeadores,

una respiración que sordamente devora fantasmas.

En esa humedad de nacimiento, con esa proporción

tenebrosa,

cerrada como una bodega, el aire es criminal:

las paredes tienen un triste color de cocodrilo,

una contextura de araña siniestra:

se pisa en lo blando como sobre un monstruo muerto:

las uvas negras inmensas, repletas,

cuelgan de entre las ruinas como odres:

oh Capitán, en nuestra hora de reparto

abre los mudos cerrojos y espérame:

allí debemos cenar vestidos de luto:

el enfermo de malaria guardará las puertas.

Mi corazón, es tarde y sin orillas,

el día, como un pobre mantel puesto a secar,

oscila rodeado de seres y extensión:

de cada ser viviente hay algo en la atmósfera:

mirando mucho el aire aparecerían mendigos,

abogados, bandidos, carteros, costureras,

y un poco de cada oficio, un resto humillado

quiere trabajar su parte en nuestro interior.

Yo busco desde antaño, yo examino sin arrogancia,

conquistado, sin duda, por lo vespertino.

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