YO ANDUVE TODA UNA NOCHE CON LOS OJOS CERRADOS, de Rafael Alberti


Se moría la vía láctea por dormir una hora tan sólo

sobre los trigos,

una hora siquiera para olvidar tanto camino

derramado,

tanto último eco de almas anónimas de héroes

recuperadas por el aire.

Ya sé salvarme a ciegas de esas torres que han

de preguntar al alba por el origen de mi cuna.

Soy ése,

ese mismo que sigue la ruta aérea de su sangre sin

querer abrir los ojos.

Nacen pájaros que corren el peligro de estrellarse

contra los astros más próximos.

Mis pies han demostrado que si hay piedras en el

cielo son casi inofensivas

allí donde las manos escogen para reposo la

penumbra de las guitarras,

y los cabellos recuerdan todavía el llanto de los

sauces cuando fallecen los ríos.

Mañana me oiréis afirmar que aún existen alturas

donde los oídos perciben el rastro de una hoja

muerta diez siglos antes y ese nombre velado que

flota en el descenso de las voces desaparecidas.

Y a mí no me hace falta para nada comprobar la

redondez de la Tierra.

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