LA MUERTE DEL HOMBRE, de Miguel Oscar Menassa


Es otra vez de noche

y en general

la casa duerme.

Una voz en la radio

dice últimas palabras.

Me entretengo con el humo

y me ocurren mil fantasías

y ninguna tiene que ver

con recostarme

tranquilamente en la cama

y dormir.

Entre tantos papeles

terminaré siendo un escritor

y fijo mi mirada en la lejanía

y dejo que la historia del hombre

irrumpa

con la violencia de su sino

mi noche.

Enciendo cigarrillos a mansalva

uno detrás de otro como si fueran

centelleantes granadas contra los opresores.

Desde hace millones de años

el hombre vive de rodillas.

Las granadas estallan en mi rostro.

Primitivas presencias

pueblan mi noche de salvajes ritos.

Ceremonias donde la muerte

siempre es una canción

sublime y misteriosa.

Bestias indomables

semejantes al hombre

por la torpeza

de sus movimientos

danzan a mi alrededor

iracundos

silvestres.

En un mal castellano

me dicen que su jefe

quiere charlar conmigo.

Sentado en mi cama escribiendo

pido que dejen de rugir tambores

que cese la danza

que me dejen escribir este poema.

El hombre tiene hambre y sed desde milenios.

Somos ese hombre hambriento y sediento poeta

cantad con nosotros:

Venimos de la Mesopotamia

y del Caribe

y buscando la perfección hemos llegado

hasta los mundos que se esconden

por encima del cielo

y no hemos encontrado nada.

Siempre hay un hombre que tiene hambre.

Siempre hay un hombre que se muere de sed.

Aquí mismo poeta

en tu casa

anidan el opresor y el oprimido.

Sentado sobre mi cama escribiendo

les digo a los salvajes

que ya es noche tarde

que por favor dejen de danzar

que necesito

hundirme entre las letras

mi hambre

mi única sed.

Dejaron de danzar

y el que se destacaba

por su tremenda humanidad

me fulminó con su mirada.

¿Quién es más cruel?

Poeta

¿Quién más salvaje?

El que muere peleando

por un trozo de pan

o el que no muere nunca.

Quién producirá el exterminio

poeta.

Mis armas o tus versos.

Y ahora poeta deja la pluma

echa a andar y piensa.

Sentado sobre mi cama

escribiendo

le digo al salvaje

que no quiero irme de mi pieza

y que siempre supe que pensar

no era necesario y que deseo

es la última vez que se lo digo

seguir escribiendo este poema.

Antes de continuar me detengo

en la inteligencia del salvaje:

habla bien y mientras habla

deja escapar entre las palabras

el aliento

para que todo suene vital

desgarrador.

Yo soy el hombre

grita la bestia encadenada

y tú poeta ¿eres el hombre?

Escribir para quién

dónde los amigos

y dónde los enemigos.

Dime poeta

¿tu canto

necesita del futuro

para ser?

Ese poema que escribes

contra todo

a quién le servirá.

A ver poeta un verso

que me diga ahora mismo

¿qué es el hombre?

Sentado sobre mi cama escribiendo

me doy cuenta

que la inteligencia del salvaje

terminará quemando

todos mis papeles escritos

en esa hoguera

que fueron construyendo

a mi alrededor

sus palabras.

Dejo de escribir

lo miro fijamente a los ojos

y murmuro sus propias palabras

en un solo verso un hombre

en un solo verso un hombre

y me decido a escribir ese verso.

Sostengo con mi mirada

la mirada del salvaje

y con rápidos movimientos

tomo la ametralladora

y disparo varias ráfagas

sobre el cuerpo del salvaje

que con los ojos desorbitados

por el asombro

cae

para morir y desaparecer.

Sentado sobre mi cama escribo ahora

con la seguridad

de quien ha llegado a la cima:

Un poeta asesinó su hombre

para escribir este poema

y eso

es un hombre.

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