BRINDIS, de Juan Jacobo Bajarlia



a Primavera y Gabriel Eduardo


En esta mesa del bar, bajo el

bullicio, cuando la luna arroja

los signos de seres cósmicos

diluidos en la asepsia

Brindo por los que se jugaron a cara o cruz

y hallaron el abismo,

por los hombres y mujeres que se fueron al amanecer

y reinventaron sus vientres en las ciénagas,

por los inextinguibles vendedores de sueños.

Brindo por los que murieron en Hiroshima

y se convirtieron en pieles voladoras,

por las manos que dieron la señal del vacío

y vieron al monstruo en Dallas,

en Memphis o en Buenos Aires.

Brindo por los que lloran,

por los que perdieron sus ojos,

por los que extraviaron su voz en las tinieblas

y desaparecieron en Vietnam,

en Biafra o en Nigeria,

por el Sermón de la Montaña

y la justicia en el gesto,

por Lautréamont que odiaba los gemidos,

por Saint-Pol-Roux, quien al acostarse

ponía un cartel en su puerta

que decía: El poeta trabaja.

Brindo por el Poverello de Asís

que festejaba al hermano lobo.

Algo se detiene en mis ojos.

Brindo por los que se perdieron en la luz

y no hallaron las palabras.

Brindo por mis hijos

que un día se sentarán en esta mesa repetida

para devorar sus lágrimas

y por los hijos de mis hijos

que vivirán en una galaxia lejana,

intoxicados de espacio.

Brindo por los tristes

que arañan las entrañas del planeta

y cavan las raíces del hombre,

por Neferkeptáh que fue disuelto en el aire,

y por Gilgamesh que perdió la inmortalidad.

Algo se detiene en mis ojos

donde veo el hambre,

la noche que se oxida

y el sexo que se pudre en las probetas.

Algo se detiene

cuando los que tienen sed reciben un lanzazo

y los átomos gangrenan los planetas.

Algo se detiene

y brindo por Lucifer, ya viejo y derrotado,

por los hambrientos que vendieron el alma,

por los ojos de los muertos

que transitan en los ataúdes,

por todos los que habitan en mi sangre

y crecen en mis ojos.

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