AL NIÑO QUE VENDE BERROS, de Carilda Oliver Labra


No tiene padres, claro... Lo sé por tu indecisa

manera de mirar. Lo sé por tu camisa.

Eres pequeño y grande detrás de la canasta.

Respetas los gorriones. Un centavo te basta.

La gente va vestida por adentro de hierro.

No te oyen... Has gritado dos o tres veces: ¡berro!

Pasan indiferentes con bultos y sombrillas,

en pantalones nuevos y en blusas amarillas;

caminan presurosos hacia el Banco y el tedio

o hacia el atardecer por la Calle del Medio.

Y tú no estás vendiendo: tú juegas a vender;

y aunque jamás jugaste te sale sin querer.

Pero no te me acerques; no, niño, no me hables.

No quiero ver el sitio de tus alas probables.

Te encontré esta mañana al doblar de la Audiencia,

y ¡qué golpe me ha dado tu infeliz inocencia!

Mi corazón que era un poco de ilusión

ya es como berro mustio, como no corazón.

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