¡OÍD!, de Vladimir Maiacovski



¡Oíd!

Si se encienden las estrellas

¿alguien las necesita?

¿alguien quiere que existan?

¿Alguien llama a esos escupitajos perlas?

Arrostrando

la borrasca del mediodía, la polvareda

penetra hasta Dios,

temiendo llegar tarde,

llora,

besa su nudosa mano,

implora

-¡necesita una estrella!-,

jura

no poder soportar este suplicio sin estrellas.

Luego anda inquieto

fingiendo estar tranquilo.

Le dice a uno:

"¿Ya estás mejor, verdad?

¿Tienes ahora miedo?

Di."

Sí se encienden

las estrellas

¿es porque alguien las necesita?

¿es indispensable

que todas las noches

sobre los tejados

luzca por lo menos una estrella?

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