LUNA Y PANORAMA DE LOS INSECTOS, de Federico Garcia Lorca


Poema de amor

La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento,

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul

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Mi corazón tendría la forma de un zapato

si cada aldea tuviera una sirena.

Pero la noche es interminable cuando se apoya en los

enfermos

y hay barcos que buscan ser mirados para poder hundirse

tranquilos.

Si el aire sopla blandamente

mi corazón tiene la forma de una niña.

Si el aire se niega a salir de los cañaverables

mi corazón tiene la forma de una milenaria boñiga de toro.

¡Bogar! bogar, bogar, bogar

hacia el batallón de puntas desiguales,

hacia un paisaje de acechos pulverizados.

Noche igual de la nieve, de los sistemas suspendidos.

Y la luna.

¡La luna!

Pero no la luna.

La raposa de las tabernas.

El gallo japonés que se comió los ojos.

Las hierbas masticadas.

No nos salvan las solitarias en los vidrios

ni los herbolarios donde el metafísico

encuentra las otras vertientes del cielo.

Son mentira las formas. Sólo existe

el círculo de bocas del oxígeno.

Y la luna.

Pero no la luna.

Los insectos,

los muertos diminutos por las riberas.

Dolor en longitud.

Yodo en un punto.

Las muchedumbres en el alfiler.

El desnudo que amasa la sangre de todos

y mi amor que no es un caballo ni una quemadura.

Criatura de pecho devorado.

¡Mi amor!

Ya cantan, gritan, gimen: Rostro. ¡Tu rostro! Rostro.

Las manzanas son unas,

las dalias son idénticas,

la luz tiene un sabor de metal acabado

y el campo de todo un lustro cabrá en la mejilla de la moneda.

Pero tu rostro cubre los cielos del banquete.

¡Ya cantan! ¡gritan! ¡gimen!

¡cubren! ¡trepan! ¡espantan!

Es necesario caminar, ¡de prisa! por las ondas, por las ramas,

por las calles deshabitadas de la Edad Media que bajan del río, por las tiendas de

pieles donde suena un cuerno de vaca herida,

por las escalas, ¡sin miedo! por las escalas.

Hay un hombre descolorido que se está bañando en el mar;

es tan tierno que los reflectores le comieron jugando el corazón y en el Perú viven mil

mujeres, ¡oh insectos! que noche y día hacen nocturnos y desfiles entrecruzando sus

propias venas.

Un diminuto guante corrosivo me detiene. ¡Basta!

En mi pañuelo he sentido el tris

de la primera vena que se rompe.

Cuida tus pies, amor mío, ¡tus manos!

ya que yo tengo que entregar mi rostro.

¡Mi rostro! ¡Mi rostro! ¡Ay, mi comido rostro!

Este fuego casto para mi deseo,

esta confusión por anhelo de equilibrio,

este inocente dolor de pólvora en mis ojos

aliviará la angustia de otro corazón

devorado por las nebulosas.

No nos salva la gente de las zapaterías

ni los paisajes que se hacen música al encontrar las llaves

oxidadas.

Son mentira los aires. Sólo existe

una cunita en el desván

que recuerda todas las cosas.

Y la luna.

Pero no la luna.

Los insectos.

Los insectos solos,

crepitantes, mordientes, estremecidos, agrupados,

y la luna

con un guante de humo sentada en la puerta de sus derribos.

¡¡La luna!!

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