SERMÓN DE LA SANGRE de RAFAEL ALBERTI




Me llama, me grita, me advierte, me despeña y me alza, hace de mi
cabeza un yunque en medio de las olas, un despiadado yunque
contra quien deshacerse zumbando.

Hay que tomar el tren, le urge, No la hay. Salió. Y ahora me dice que ella misma lo hizo volar al albam desaparecer íntegro ante un amanecer de toros desangrándose a la boca de un túnel.

Sé que estoy en la edad de obedecerla, de ir detrás de su voz que atraviesa desde la hoja helada de los trigos hasta el pico del ave que nunca pudo tomar tierra y aguarda que los cielos se hagan
cuarzo algún día para al fin detenerse un solo instante.

La edad terrible de violentar con ella las puertas más cerradas, los
años más hundidos por los que hay que descender a tientas,
siempre con el temor de perder una mano o de quedar sujeto por un pie a la última rendija, esa que filtra un gas que deja
ciego y hace oír la caída del agua en otro mundo, la edad terrible está presente, ha llegado con ella, y la sirvo:

mientras me humilla, me levanta, me inunda, me desquicia, me seca, me abandona, me hace correr de nuevo, y yo no sé llamarla de otro modo:

Mi sangre


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