UNA VEZ MÁS HE SUSPENDIDO LOS GRANDES PARAGUAS BLANCOS, de Paul Celan





Una vez más he suspendido los grandes paraguas blancos en el cielo de la noche. Lo sé, no es ese el camino del nuevo Colón, mi archipiélago permanecerá desconocido. Las infinitas ramificaciones de las raíces aéreas de las que he colgado cada una de mis manos se abrazarán en soledad, ignoradas por los viajeros de las alturas, las manos se apretarán de manera cada vez más convulsiva sin despojarse nunca del guante de la melancolía. Sé todo esto, como también sé que no puedo confiar en las mareas que, con una espuma baja, bañan las orillas de encaje de estas islas que quisiera que fuesen del sueño autoritario. Bajo mis pies descalzos se aviva la arena. Me pongo de puntillas y me elevo hacia allá. No puedo pretender la hospitalidad, también lo sé, pero dónde pararme sino allá. No soy recibido. Un mensajero desconocido sale a mi encuentro en alto cielo para anunciarme que se me prohíbe toda escala. Ofrezco mis manos ensangrentadas por las espinas flotantes del cielo nocturno a cambio de un instante de reposo, con la esperanza de que desde allí, desde la orilla de seda de la primera separación de mí mismo, podré todavía izar las redondas e infladas velas y podré continuar mi viaje hacia él. Ofrezco mis manos para vigilar que el equilibrio de esta flora póstuma sea preservado de todo peligro. Nuevamente soy rechazado. Sólo me queda proseguir mi viaje, pero mis fuerzas se han agotado y cierro los ojos en busca de un hombre con una barca.

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