Partidario del absolutismo erótico, megalómano reticente incluso entre los buzos, mensajero, al mismo tiempo, del halo Paul Celan, no evoco las petrificantes fisonomías del naufragio aéreo más que a intervalos de diez años (o más) y sólo patino a muy altas horas, sobre un lago vigilado por el gigantesco bosque de los miembros acéfalos de la Conspiración Poética Universal. Es evidente que por esta parte no se puede penetrar con las flechas del fuego visible. Una inmensa cortina de amatista disimula, en la frontera con el mundo, la existencia de esta vegetación antropomórfica, más allá de la cual intento, selénico, una danza que me deslumbre. No lo he logrado hasta ahora y, con los ojos trasladados a las sienes, me miro de perfil, mientras espero la primavera.

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