LA PALABRA, de Edward Thomas






Hay tantas cosas que he olvidado y fueron
tan queridas un día, o no lo fueron,
perdidas como el hijo de una estéril
mujer, como sus nietos, en el pozo
de lo que nunca volverá ya a ser.
He olvidado también a aquellos hombres
que una guerra ganaron o perdieron,
a los reyes, demonios, dioses, astros.
He olvidado qué cosas no recuerdo.
Pero hay pequeñas cosas que no olvido
y un nombre que conservo, aunque vacío
y carente de objeto, y que no puede
morir, porque una primavera y otra
los tordos se lo aprenden mientras cantan.
Siempre hay, a mediodía, uno que
lo dice claro, y yo oigo sólo el nombre.
Tal vez mientras cavilo en un aroma
que casi me alimenta, o me contento
con oler una rosa en la memoria,
de repente hay un pájaro que grita
escondido en los setos, este nombre
que es la palabra pura de los tordos.

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