EL PÁJARO DESCONOCIDO, de Edward Thomas




Silbó tres notas, y tan suaves que apenas
se oían si cantaban otros, pero estos callan
siempre este mayo o junio, en el bosque de hayas.
Nadie lo vio: yo sólo pude oírlo
aunque escuchaban muchos. ¿Fue hace cuatro años
o cinco? Nunca regresó.

A menudo, al oírlo, estaba solo
y no podía hacer que otro lo oyese.
“La, la, la, la”, llamaba desde lejos
como un gallo cantando tras el confín del mundo,
como si el pájaro o yo soñáramos.
Pero era claro que viajaba entre los árboles
y se me aproximaba, aunque sonase
todavía lejano. La prueba es que a los hombres
yo canté lo que oía.
No conocí otra voz
de hombre, bestia o ave que fuese tan hermosa.
A los naturalistas pregunté, y no sabían
de nada como aquellos sonidos de mi hechizo,
pero yo los oía y aún los oigo.
Cuatro años o cinco, poco importa.
Entonces, como hoy, es dulce ese sonido
y es más triste y alegre –si debo describirlo
de algún modo- pero con la tristeza
que alberga una alegría tan lejana
que no la alcanzaré. Y no sé decir
si fueron tan hermosos como hoy me parecen,
los días en que aquel ave cantó.
Lo que sé es que yo, que entonces escuchaba
feliz a veces, otras padeciendo
un corazón sombrío y un cuerpo pesaroso,
ahora, cuando pienso en él, me vuelvo
ligero como el ave más allá de mis límites.

Comentarios