Cuando fui a Santa Cruz a un recital
nos sentaros a los cuatro
primero en el restaurante
a una mesa elevada
con letreros:
Ginsbing, Beerlinghetti, G. Cider y Chinaski.
ni siquiera era el recital todavía.
el banquete iba antes.
a mí me recordó a la Última cena.
llegué tarde
tomé asiento
un tipo delgado
con una bufanda al cuello
se levantó y me miró por encima del hombro:
imagino que no imaginará quién soy.
le miré.
-no.
-soy G. Cider.
-ah, hola, Garry, yo soy Chinaski.
volvió a su sitio y se sentó.
Ginsbing y Beerlinghetti parecían estar
acostumbrados a ser el centro de toda la atención
de que éramos objeto.
permanecían
impávidos.
Jack Bitchelene aulló desde el grupillo desastrado de
poetastros menores que también cenaban
allí esa noche:
-¡eh, Chinaski, empieza a largar esa mierda!
-¡el mierda eres tú, Jack! – aullé como respuesta-.
¡dale un buen mordisco y envenénate!
a Jack le encantó, abrió su sucia bocaza de
Brooklyn y su risa se alzó sobre todo Santa Cruz
el cabello canoso y sucio
caído sobre la cara.
-qué-le pregunté a Beerlinghetti-¿es que
no sirven copas aquí
en la estratosfera?
-estamos esperando a que nos traigan la cena -me informó
con cortesía.
me levanté de la mesa y
fui al bar.
-ponme un vodka con lima -le dije al
camarero.
me lo tomé a toda prisa, pedí
una cerveza y regresé a la Última
Cena.
por el camino un tipo me agarró del brazo:
-Ginsbing dice que no sabe cómo
referirse a ti -me dijo.
tomé asiento a la mesa.
llegó la cena.
comimos.
entonces, antes de que llegara nuestro transporte
al recital
se nos dio la orden:
cada uno tenía que leer 20 minutos.
yo leí 15 minutos.
Beerlinghetti leyó 25 minutos.
Ginsbing leyó 30 minutos.
G.Cider leyó una hora y
12 minutos.
luego acabó
todo el asunto.
y ahora los demás dicen
que soy el
Judas
entre nosotros.
nos sentaros a los cuatro
primero en el restaurante
a una mesa elevada
con letreros:
Ginsbing, Beerlinghetti, G. Cider y Chinaski.
ni siquiera era el recital todavía.
el banquete iba antes.
a mí me recordó a la Última cena.
llegué tarde
tomé asiento
un tipo delgado
con una bufanda al cuello
se levantó y me miró por encima del hombro:
imagino que no imaginará quién soy.
le miré.
-no.
-soy G. Cider.
-ah, hola, Garry, yo soy Chinaski.
volvió a su sitio y se sentó.
Ginsbing y Beerlinghetti parecían estar
acostumbrados a ser el centro de toda la atención
de que éramos objeto.
permanecían
impávidos.
Jack Bitchelene aulló desde el grupillo desastrado de
poetastros menores que también cenaban
allí esa noche:
-¡eh, Chinaski, empieza a largar esa mierda!
-¡el mierda eres tú, Jack! – aullé como respuesta-.
¡dale un buen mordisco y envenénate!
a Jack le encantó, abrió su sucia bocaza de
Brooklyn y su risa se alzó sobre todo Santa Cruz
el cabello canoso y sucio
caído sobre la cara.
-qué-le pregunté a Beerlinghetti-¿es que
no sirven copas aquí
en la estratosfera?
-estamos esperando a que nos traigan la cena -me informó
con cortesía.
me levanté de la mesa y
fui al bar.
-ponme un vodka con lima -le dije al
camarero.
me lo tomé a toda prisa, pedí
una cerveza y regresé a la Última
Cena.
por el camino un tipo me agarró del brazo:
-Ginsbing dice que no sabe cómo
referirse a ti -me dijo.
tomé asiento a la mesa.
llegó la cena.
comimos.
entonces, antes de que llegara nuestro transporte
al recital
se nos dio la orden:
cada uno tenía que leer 20 minutos.
yo leí 15 minutos.
Beerlinghetti leyó 25 minutos.
Ginsbing leyó 30 minutos.
G.Cider leyó una hora y
12 minutos.
luego acabó
todo el asunto.
y ahora los demás dicen
que soy el
Judas
entre nosotros.

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