A UNA BRUJA, CON AMOR, de Carlos Drummond de Andrade






En una casa en la calle Cosme Velho
(que se abre en el vacío).
Yo vengo a visitarte, y me recibes
en la sala de estar vestida de simplicidad
donde los pensamientos pasaron y vinieron
a perder el amarillo
cuestionando de nuevo el cielo y la noche
Otros leen un capítulo de la vida, tú lees todo el libro.
De ahí esta fatiga en los gestos y, filtrada
una luz que no viene de ninguna parte
porque todos los candelabros
están fuera.
Cuentas con media voz
maneras de amar y componer ministerios
y derribarlos, entre malinas
y Bruselas.
Lo sabes profundo.
La geología moral de Lobo Neves
y ese tipo de ojos derramados
que no estaban hechos para celos.
Y estás apuntando al ratoncito medio muerto
con la curiosidad pulida y meticulosa
de los que saborean la mesa
el placer de Fortunato, viviseccionista amateur.
Miras la guerra, el puñetazo, la puñalada
en cuanto a una simple ruptura de la monotonía universal
y lo tienes en tu vieja cara
una expresión que no creo que sea correcta
(de las sensaciones del mundo el más sutil)
¿lupiosidad del aburrimiento?
¿O, gran lascivo, de la nada?
El viento del Sylvester lidera el diálogo
y el mismo sonido del reloj, lento, igual y seco
tan asqueroso que parece venir de la época de Stoltz y de la oficina de Paraná
muestra que los hombres están muertos.
La tierra está desnuda de ellos.
Sin embargo, lejos de la nada
la rama comienza a susurrar algo
que no se extiende pronto.
Suena como la canción de las nuevas mañanas.
Lo distingo claramente, claro redondo.
Es Flora
con ojos dotados de un movimiento particular
una persona reflexiva y reflexiva.
Marcela, riendo con expresión franca (y algo más).
A Virginia
cuyos ojos dan la singular sensación de luz húmeda.
Mariana, que los tiene redondos y nuevos
y Sancha, con ojos íntimos
y los grandes de Capitu, abiertos como la ola de mar allí
el mar que habla el mismo idioma.
Oscuro y nuevo por D. Severina
y la zapatilla de la alcoba de Conceição.
A todos los descifradores iris y brazos
y de ellos dijiste la razón última y astuta
niña, flor mujer flor.
Canción de mujer joven.
Y al pie de esta canción se disimula (o insinúa, quién sabe)
el gruñido nublado de cerdos, concentrado y la burla filosófica
entre los locos que se ríen de estar locos
y los que van a Mercy Street y no lo encuentran.
El efluvio de la mañana.
¿Quién lo pide al anochecer de la tarde?
Una presencia, el clarinet pié
antes que el pie buscará el medicamento
pero habrá un remedio para existir
o no existir?
Y para los días más difíciles, además
de cocaína moral de buenos libros?
¿Qué crimen cometemos pero vivimos?
tal vez de amar.
No sabes a quién, ¿pero amor?
Todos los cementerios se parecen
y no aterriza en ninguno de ellos, pero donde duda
agarra el mármol de la verdad, para descubrir
la hendidura necesaria
donde el diablo juega a la reina con el destino.
Siempre estás ahí, esquivo y burlado
y resuelves en mí tantos acertijos.
Un sonido suave y remoto
se rompe en medio de embriones y ruinas
servicio eterno y aleluya eterno
y viene a la expedición de su pencene.
El olvido del Destripador
llama a la puerta y llama al espectáculo
promovido para divertir el planeta Saturno.
Gira la llave
te envuelves en la cubierta
y lo nuevo Ariel, no más respuesta
Si sales por la ventana, te disuelves en el aire.

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