A la espera de las llaves
–él las busca sin duda entre las ropas
de Tecla, muerta hace treinta años–
escuchad, señora, escuchad el viejo, el sordo rumor
nocturno de la alameda…
Tan pequeña y débil, envuelta dos veces en mi capa,
yo te llevaré a través de las zarzas y de la ortiga
de las ruinas hasta la alta y negra puerta del castillo.
Así el abuelo, antaño, regreso de Vercelli con la muerta.
¡Que recelosa y muda y negra mansión par
mi criatura!
Ya lo sabéis, señora, es una triste historia.
Ellos duermen dispersos en países lejanos.
Desde hace cien años
un lugar señalado los aguarda
en el corazón de la colina.
Conmigo su raza se extingue.
¡Oh Dama de estas ruinas!
Visitemos el bello aposento de la infancia: allí
la hondura sobrenatural del silencio es la voz de los
retratos oscuros.
Arrebujado en mi lecho
como en el hueco de una armadura
yo escuchaba por la noche latir sus corazones
en el ruido del deshielo, detrás de los muros.
¿Para mi criatura temerosa, qué patria salvaje!
La linterna se apaga, la luna se ha velado;
llama el alucón con su cría en el boscaje.
A la espera de las llaves
dormid un poco, señora.–Duérmete, mi pobre criatura,
duérmete paliducha, apoyando sobre mi hombro tu cabeza.
Verás cuán bello es el bosque ansioso
en sus insomnios de Junio, ataviado
de flores, –¡Oh criatura mía!– como la hija predilecta
de la reina loca.
Envolveos en mi capa de viaje:
la espesa nieve de otoño se funde sobre vuestro rostro
y tenéis sueño.
(En el haz de luz de la linterna ella gira, gira con el viento
como giraba en mis sueños de niño
la vieja –¿recordáis la vieja hechicera?–)
No señora, nada escucho.
Él es muy anciano
su cabeza está trastornada;
apostaría a que ha ido a beber.
¡Para mi criatura temerosa, una mansión tan negra
en lo hondo, en lo hondo del país lituano!
No, señora, nada escucho.
Mansión negra, negra.
Cerradura mohosas,
enredadera muerta,
puertas aherrojadas,
postigos clausurados,
Hojas sobre hojas desde hace cien años en las alamedas.
Todos los servidores han muerto
Yo he perdido la memoria.
¡Para mi criatura confiada, qué mansión más negra!
Ya no recuerdo sino el naranjal
del tartarabuelo y el teatro:
los pichones del búho comían allí en mi mano.
La luna miraba a través del jazminero.
Eso era antaño.
Oigo un paso en el fondo de la alameda.
Sombra. Aquí llega Witold con las llaves.
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