El viejo día sin meta quiere que se le viva
y se le llore. Quejase con su lluvia y su viento.
Su bastón de mendigo amenaza a las horas.
¿Por qué dormir no quiere en el nocturno seno?
Es hospital la vida. En sus cuartos, luz tibia.
Sus paredes son blancas de amados pensamientos
y la piedad, al ver que la dicha se hastía,
sobre los pobres pájaros hace nevar el cielo.
No despiertes la lámpara, que es el ocaso amigo.
Jamás viene sin traernos un poco de otros tiempos,
Y si lo rechazases, de su gris capa triste
se habrían de burlar los chubascos y el cierzo.
Ciertamente, si existe algo dulce aquí abajo,
no puede ser más que en los viejos cementerios
donde ya no hay flaquezas ni orgullo ni esperanza
que a los hombres cansados, sin cesar, den tormento.
Si, allí, bajo las cruces, junto al mar impasible
que sueña sólo con los lejanos recuerdos.
hallarán, los que busquen, a sus almas que esperan
de las noches mejores el seguro consuelo.
Echa en el fuego alcohol y cierra bien la puerta.
Que los abandonados tiritan en mi pecho.
Y, verdaderamente, ¡son tan largas las horas!
Se diría que toda la música se ha muerto.
No, no; ya nunca quiero ver más en ti la amiga.
Sé sólo lo más dulce, lo más leve y sereno.
Como el humo que sube de una choza en la tarde,
porque tienes el rostro de los días más bellos.
Pon tu otoñal cabeza en mis rodillas, cuéntame
de un gran barco muy solo, muy solo en el océano
y no olvides decirme que su luz tiene frío
y que su arboladura reír hace al invierno.
De los amigos háblame, muertos lejos, hace años.
en un país color de silencio y de tiempo.
¡y, si ellos regresaran, cómo amarles sabríamos!
Pero duermen en tumbas que ya nunca veremos.
En tabernas del río viejos huérfanos cantan
porque sus pobres almas tienen, miedo al silencio
y sobre el pan y el vino hace una cruz la sombra
en el umbral de oro de las horas sin término.
y se le llore. Quejase con su lluvia y su viento.
Su bastón de mendigo amenaza a las horas.
¿Por qué dormir no quiere en el nocturno seno?
Es hospital la vida. En sus cuartos, luz tibia.
Sus paredes son blancas de amados pensamientos
y la piedad, al ver que la dicha se hastía,
sobre los pobres pájaros hace nevar el cielo.
No despiertes la lámpara, que es el ocaso amigo.
Jamás viene sin traernos un poco de otros tiempos,
Y si lo rechazases, de su gris capa triste
se habrían de burlar los chubascos y el cierzo.
Ciertamente, si existe algo dulce aquí abajo,
no puede ser más que en los viejos cementerios
donde ya no hay flaquezas ni orgullo ni esperanza
que a los hombres cansados, sin cesar, den tormento.
Si, allí, bajo las cruces, junto al mar impasible
que sueña sólo con los lejanos recuerdos.
hallarán, los que busquen, a sus almas que esperan
de las noches mejores el seguro consuelo.
Echa en el fuego alcohol y cierra bien la puerta.
Que los abandonados tiritan en mi pecho.
Y, verdaderamente, ¡son tan largas las horas!
Se diría que toda la música se ha muerto.
No, no; ya nunca quiero ver más en ti la amiga.
Sé sólo lo más dulce, lo más leve y sereno.
Como el humo que sube de una choza en la tarde,
porque tienes el rostro de los días más bellos.
Pon tu otoñal cabeza en mis rodillas, cuéntame
de un gran barco muy solo, muy solo en el océano
y no olvides decirme que su luz tiene frío
y que su arboladura reír hace al invierno.
De los amigos háblame, muertos lejos, hace años.
en un país color de silencio y de tiempo.
¡y, si ellos regresaran, cómo amarles sabríamos!
Pero duermen en tumbas que ya nunca veremos.
En tabernas del río viejos huérfanos cantan
porque sus pobres almas tienen, miedo al silencio
y sobre el pan y el vino hace una cruz la sombra
en el umbral de oro de las horas sin término.
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