Te estuve buscando todo el día y
no pude encontrarte
y ya sé
que estuvimos juntos todo el día
pero no pude encontrarte.
Primero dejé fluir los pensamientos, después
llegué a buscarte dentro de mí, abrí mi
vagina de par en par,
abrí mi boca, mi corazón, y
no pude encontrarte.
Cuando seguí una flecha con tu nombre
encontré cenizas, tonos grises, soledades.
Traté de recordarte y te soñaba muerto,
encorvado, como vencido o paralítico
y me pregunté casi sin culpa:
¿Cómo es posible seguir amando eso que
ya no puede otra cosa que caer?
Pensé en mi madre vieja y enferma
y, también, en los cementerios de Europa, llenos de
gente pudriéndose hasta desaparecer.
Vamos a renunciar, le dije, para que haya mundo, a la
nada que representa nuestro amor y ella, como si ya lo
hubiera pensado, preguntó:
¿Y quién te dijo que yo quiero que haya mundo? Lo
que pasa, querida, que mundo hay y yo estoy
dispuesto, para que tu consigas tu libertad
y llegues al mundo que ya funciona desde siglos, a
renunciar a nuestro amor.
Yo, dijo ella todavía serena, aquí me quedo, yo
formo parte de tu mundo y, también, de ti.
No pretendía, le dije, separarme de ti pero
que nos alejemos un poco, algo, para que
puedas salir de tu habitación,
para ir a trabajar, al cine, al Parque del Oeste.
Salir de casa, un rato, no estaría mal
pero trabajar ¿para qué?, si tu dinero sobra para
mantener a diez mujeres como yo
y si quieres ahorrar podemos separarnos, me
das la mitad que me corresponde
toda de golpe en lugar de sentir todos los días que
soy un vampiro que te chupa la sangre.
Esto para mí, esto para ti:
Tú te quedas con los chicos
yo con el coche nuevo y la casa
donde con tanta pasión hicimos el amor.
El resto de las propiedades te las puedes quedar yo,
querido, me quedo con todos los recuerdos
y cuando venga a visitar a los niños haz el
favor de saludarme cálidamente
como si alguna vez me hubieras amado,
yo a cambio nunca les diré que eres marica, no
tanto homosexual, que yo también lo soy, sino
marica, débil para el amor, para el trabajo.
Te digo que yo no quiero separarme mas
te diré que a los niños, tus chicos,
los encerraré en algún internado para niños y a
tu madre la rifaré un domingo
en la reunión con los bomberos voluntarios. Y
no está del todo mal que, amablemente, me
dejes el resto de las propiedades
que, en realidad, son totalmente mías
y en cuanto a los recuerdos, te los regalo,
el amor es esto que ves y el pasado no existe.
Cada vez que le decía “el pasado no existe” se
ponía mimosa, me miraba con ternura
y todo comenzaba nuevamente
y, un día, quiso darme un consejo:
A veces, cuando te veo correr detrás de mí,
siendo yo tan joven y tan superficial,
me parece que alguien, con intención, me engañó. Que
tú no eres ni tan sabio ni tan inteligente,
que no tienes ni por asomo tanto dinero,
hermoso más o menos y, con 63 años, un poco viejo. Si tú
no me buscaras, si no corrieras tras de mí, serías
hermosísimo, sabio y adinerado y tus años
a causa de tu inteligencia no se notarían. Pero tú insistes en que yo goce,
que tenga algún deseo,
tu codicia, tu gula no tienen límites,
no te alcanza con tu goce, eres egoísta,
quieres para ti, también, mi goce
qué barbaridad…
Sus pensamientos eran casi exactos, por
eso yo no terminaba de creer
en su pensamiento
y tampoco le creía demasiado
cuando se volvía loca o lloraba
o se enamoraba del otoño, pero esta vez, yo
sentí que había producido una verdad:
¿Por qué yo no podía conformarme con mi goce? A ver,
¿por qué? ¿acaso no era todo lo masculino que ella, en
su ambición amorosa, necesitaba?
¿Por qué no la violaba, a ver, por qué?
¿Por qué mi amor la pretendía amándome? A
ver, ¿por qué? ¿por qué no la violaba?
no pude encontrarte
y ya sé
que estuvimos juntos todo el día
pero no pude encontrarte.
Primero dejé fluir los pensamientos, después
llegué a buscarte dentro de mí, abrí mi
vagina de par en par,
abrí mi boca, mi corazón, y
no pude encontrarte.
Cuando seguí una flecha con tu nombre
encontré cenizas, tonos grises, soledades.
Traté de recordarte y te soñaba muerto,
encorvado, como vencido o paralítico
y me pregunté casi sin culpa:
¿Cómo es posible seguir amando eso que
ya no puede otra cosa que caer?
Pensé en mi madre vieja y enferma
y, también, en los cementerios de Europa, llenos de
gente pudriéndose hasta desaparecer.
Vamos a renunciar, le dije, para que haya mundo, a la
nada que representa nuestro amor y ella, como si ya lo
hubiera pensado, preguntó:
¿Y quién te dijo que yo quiero que haya mundo? Lo
que pasa, querida, que mundo hay y yo estoy
dispuesto, para que tu consigas tu libertad
y llegues al mundo que ya funciona desde siglos, a
renunciar a nuestro amor.
Yo, dijo ella todavía serena, aquí me quedo, yo
formo parte de tu mundo y, también, de ti.
No pretendía, le dije, separarme de ti pero
que nos alejemos un poco, algo, para que
puedas salir de tu habitación,
para ir a trabajar, al cine, al Parque del Oeste.
Salir de casa, un rato, no estaría mal
pero trabajar ¿para qué?, si tu dinero sobra para
mantener a diez mujeres como yo
y si quieres ahorrar podemos separarnos, me
das la mitad que me corresponde
toda de golpe en lugar de sentir todos los días que
soy un vampiro que te chupa la sangre.
Esto para mí, esto para ti:
Tú te quedas con los chicos
yo con el coche nuevo y la casa
donde con tanta pasión hicimos el amor.
El resto de las propiedades te las puedes quedar yo,
querido, me quedo con todos los recuerdos
y cuando venga a visitar a los niños haz el
favor de saludarme cálidamente
como si alguna vez me hubieras amado,
yo a cambio nunca les diré que eres marica, no
tanto homosexual, que yo también lo soy, sino
marica, débil para el amor, para el trabajo.
Te digo que yo no quiero separarme mas
te diré que a los niños, tus chicos,
los encerraré en algún internado para niños y a
tu madre la rifaré un domingo
en la reunión con los bomberos voluntarios. Y
no está del todo mal que, amablemente, me
dejes el resto de las propiedades
que, en realidad, son totalmente mías
y en cuanto a los recuerdos, te los regalo,
el amor es esto que ves y el pasado no existe.
Cada vez que le decía “el pasado no existe” se
ponía mimosa, me miraba con ternura
y todo comenzaba nuevamente
y, un día, quiso darme un consejo:
A veces, cuando te veo correr detrás de mí,
siendo yo tan joven y tan superficial,
me parece que alguien, con intención, me engañó. Que
tú no eres ni tan sabio ni tan inteligente,
que no tienes ni por asomo tanto dinero,
hermoso más o menos y, con 63 años, un poco viejo. Si tú
no me buscaras, si no corrieras tras de mí, serías
hermosísimo, sabio y adinerado y tus años
a causa de tu inteligencia no se notarían. Pero tú insistes en que yo goce,
que tenga algún deseo,
tu codicia, tu gula no tienen límites,
no te alcanza con tu goce, eres egoísta,
quieres para ti, también, mi goce
qué barbaridad…
Sus pensamientos eran casi exactos, por
eso yo no terminaba de creer
en su pensamiento
y tampoco le creía demasiado
cuando se volvía loca o lloraba
o se enamoraba del otoño, pero esta vez, yo
sentí que había producido una verdad:
¿Por qué yo no podía conformarme con mi goce? A ver,
¿por qué? ¿acaso no era todo lo masculino que ella, en
su ambición amorosa, necesitaba?
¿Por qué no la violaba, a ver, por qué?
¿Por qué mi amor la pretendía amándome? A
ver, ¿por qué? ¿por qué no la violaba?
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