POEMA 30 DE LA MUJER Y YO, de Miguel Óscar Menassa






Cuando ella me dice casi llorando
que nuestro pequeño amor es,
tal vez, una cosa mala, en
realidad quiere decir:
Mi amor no es tan pequeño, es
lo suficientemente grande
para ser descubierto por un niño y
darse cuenta que es malo,
al menos, para mí.
Tengo que aceptar, le digo,
que soy un creador,
ejerzo el poder de la incertidumbre. A
veces, sin embargo, me detengo, hay
frases que no puedo escribir, es como
si quisiera estar muerto.
Luego pienso lo que dirán
de mi sexualidad después de muerto y
se me van las ganas de morir.
Y Ella quiere chupar y partir y
yo quiero que ella chupe y se
mire chupando.
Hacerme gozar, ya que está ahí todo
lo que yo quiera o necesite, pero al
mínimo goce de su cuerpo, al mínimo
goce de su alma,
concluye el movimiento, rompe la cítara
y vuelve con toda tranquilidad a su tumba.
Al otro día resucita para pedir perdón.
No era necesario que yo guiara sus manos, ella
solita, guiada por el deseo
de ahogarse con mi semen, lo hacía casi todo.
Yo gozaba
pero la perfección en los movimientos
y la velocidad exagerada en producirlos me
hacían dudar del resultado.
Amo y olvido, le dije con orgullo,
cuando vuelve el amor siempre eres otra, con
tanta novedad nunca me aburro.
¿Cómo llamar malo, le pregunto cariñoso,
algo que nos da vida y, en mi caso, rejuvenece? Tal
vez porque al gozar algo se muere,
algo se descubre de una muerte lejana que
viene del futuro y que ya ocurrió
y es por ese contrasentido, amada,
que algo goza cuando nos encontramos y
algo goza al partir.
Bueno, está bien, dijo ella, mucho
no entendí pero parece que tienes
ganas de besarme, puedes
hacerlo, dijo sencilla,
pero después no digas que soy una histérica
porque primero te beso y luego me voy.
No tengo ganas de besarte y además
no tolero, como creo un hombre debería, que
las mujeres hagan todo por mí,
sin sentir mucho, sin desear nada, sin vivir. No
tolero y, tampoco, lo creo.
A veces me encuentro pensando
que es tan fuerte el deseo de una mujer y tal
la sumisión del hombre a ese deseo
que ella no tiene que hacer nada, ni se le nota, pero
ella desea y él pone ahí, sobre la mesa, su deseo,
sencillamente, como un esclavo:
yo gozo pero ella tiene todo el poder.
Y cuando ella goza y yo soy el poderoso, le
ordeno gozar y, ahí, es cuando me ama.

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