ABRIL, MALDITO ABRIL (Al poeta Paul Celan), de Elvira Daudet





La luz pura de abril esconde mil cadáveres.
El poeta se inclina, se descalza,
en un zapato deja los lentes con cuidado,
y al final besa el Sena con labios temblorosos
de lirio, que se entrega musitando los versos
del más triste poema de amor que se haya escrito,
entrecortado por los golpes de agua.

(Las furias maldijeron su linaje
y Hitler hizo el resto: lo redujo a cenizas.
Él se salvó, mas con el alma herida.
¿Quién podría recomponer la vida
con el humo de los cuerpos amados,
un botón inocente, una fotografía;
huir de la tortura de imaginar sus muertes
en las grises salas del manicomio?
A veces, sólo a veces, salvaban las palabras:
los rezos familiares en hebreo,
las ingenuas palabras en rumano
llegadas en socorro de la infancia,
las amorosas palabras en francés,
y los versos de Schiller o de Goethe
-demasiados idiomas
para cantar la angustia un hombre solo-.
Consolaba el amor, inevitable
riesgo, fulgurante pared de hielo
que debía ascender para alcanzar el Gólgota).

Desde que lo abrazara con el último aliento,
no se puede mirar la piel del Sena
sin hallar los pétalos morados de sus versos
en la líquida lengua de ramera
que engulle y regurgita cuanto toca,
como hizo con el cuerpo maltratado
del más conmovedor de los poetas.

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