para María Luisa
Alguna vez, llena de esa impaciencia que suele dar la dicha,
te escribí una cartita temblorosa, hechizada,
que no debió jamás llegar hasta la sombra
en que te reclinabas, allá en tu dulce Cuba.
Hoy, al cabo del tiempo, yo te escribo de nuevo.
Te escribo a esa otra patria de bruma en donde callas
en tu lunes perpetuo,
inmaterial y eterno como quisiste un día.
Quizá el correo allí no sufra de penurias
y pueda revelarte (aunque a destiempo)
que pertenezco a tu Flor de Muchachas
al lado de Fefé, de Fina y Bella
y de María José. Las que amaste y te amaron.
Que comparto tu casa de largos corredores,
de postigos cerrados, poblada de silencios,
y que sé yo también de un patio en que los mangos
mitigaban la sed de la penumbra.
Quizá pueda decirte todavía
que en las noches de corazón de fieltro
enciendo yo mi lámpara y te veo
meciéndote en tu silla, milagroso
entre el chorro de luz de tus palabras.
Que te leo morosa, estremecida,
en el insomnio urgente de mis albas.
Y que bebo en tus versos y en su dolor sereno,
y que te extraño a ti, Eliseo Diego
(cuyos ojos de mar no vi yo nunca)
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