UN RELATO, de Raymond Carver








Comenzó el poema en la mesa de la cocina,
con una pierna cruzada sobre la otra.
Escribió un rato, como si sólo
le interesara a medias el resultado. No era como
si no hubiera ya bastantes poemas en el mundo.
El mundo tenía suficientes poemas. Además,
llevaba meses fuera.
Hacía meses que ni siquiera había leído un poema.
¿Qué clase de vida era esta? ¿Una vida en la que alguien
estaba demasiado ocupado incluso para leer poemas?
Eso no era vida. Luego miró por la ventana,
colina abajo, a la casa de Frank.
Una bonita casa junto al río.
Se acordó de Frank abriendo la puerta
cada mañana a las nueve.
Dando sus paseos.
Se acercó más a la mesa y descruzó las piernas.
La noche anterior había escuchado el relato
de la muerte de Frank de boca de Ed, otro vecino.
Un hombre de la misma edad que Frank,
y un buen amigo de Frank. Frank
y su mujer veían la televisión. Canción triste de Hill Street.
La serie favorita de Frank. De repente jadea
dos veces, se echa hacia atrás en la silla,
“como si le hubieran electrocutado”. Así de rápido,
estaba muerto. Perdía el color.
Estaba gris, volviéndose negro. Betty sale
corriendo de la casa en camisón. Corre a
casa de un vecino donde hay una chica que sabe
algo de masajes cardiacos. ¡Ella estaba viendo
la misma serie! Vuelven corriendo
a casa de Frank. Frank está completamente negro ahora,
en su silla delante de la televisión.
Los policías y otros personajes desesperados
se mueven por la pantalla, elevan la voz,
se gritan entre ellos, mientras esta vecina
arrastra a Frank desde su silla hasta el suelo.
Le desgarra la camisa. Se pone a ello.
Frank es la primera víctima real
que ha tenido.
Coloca sus labios
sobre los labios helados de Frank. Los labios de un muerto. Labios negros.
Y negros su rostro y manos y brazos.
Negro también su pecho donde se ha roto la camisa,
dejando a la vista el escaso vello que allí crecía.
Ella continúa mucho más tiempo de lo que sabía razonable.
Presionando los labios contra sus
labios inertes. Luego parando para golpearle
con los puños apretados. Presionando sus labios de nuevo
y otra vez más. Incluso cuando ya era demasiado tarde y
era evidente que él no iba a volver, ella continuó.
Esta chica le golpeaba con sus puños, le llamaba
de todo. Estaba llorando
cuando se lo llevaron.
Y a alguien se le ocurrió apagar
las imágenes que palpitaban en la pantalla.

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