ULALUME, de Édgar Alan Poe





I

Los cielos cenicientos y sombríos,

crespas las hojas, lívidas y mustias,

y era una noche del doliente octubre

del tiempo inmemorial entre las brumas,

era en las tristes márgenes del Auber,

el lago tenebroso de aguas mudas,

ante los bosques tétricos del Weir,

la región espectral de la pavura.


II

A solas con mi alma, recorría

avenida titánica y oscura

de fúnebres cipreses… con mi alma,

con Psiquis, alma que, al misterio turba…

Era la edad del corazón volcánico

como las llamas del Yanek sulfúreas,

como las lavas del Yanek que brotan

allá del polo en la región nocturna.


III

Pocas palabras nos dijimos, era

como una confidencia íntima y muda;

palabras serias, pensamientos graves

que la memoria para siempre turban;

no recordamos que era el triste octubre,

que era la noche (¡noche infausta y única!)

no recordamos la región del Auber

que tanto conoció mi desventura,

ni el bosque fantasmático del Weir,

la región espectral de la pavura.


IV

Y cuando la noche ya avanza

de estrellas al vago tremer,

al fin de la oscura avenida

un lánguido rayo se ve,

fulgor diamantino que anuncia

de fúnebre velo al través,

que emerge de nube fantástica

la Luna, la blanca Astarté.


V

Y yo dije a mi alma: «Más que Diana

ardiente, aquella misteriosa Luna

rueda al través de un éter de suspiros;

lágrimas de su faz una por una

caen donde el gusano nunca muere.

Para mostrarnos la celeste ruta

y el alma imperio de la paz Letea

atrás dejó al león en las alturas,

del león las estrellas traspasando,

del león a despecho, ora nos busca

y sus miradas límpidas y dulces

son las miradas que el amor anuncian.» —


VI

Mas Psiquis dijo señalando al Cielo:

«La palidez de ese astro me conturba;

pronto, huyamos de aquí, pronto, es preciso.»

Y de sus alas recogió las plumas

con intenso terror, y sollozando,

presa de pronto de invencible angustia

plegó las alas, hasta el polvo frío

lentas dejando descender las plumas.


VII

Y yo le dije: «Tu terror es vano,

sigamos esa luz trémula y pura,

que nos bañen sus rayos cristalinos,

sus rayos sibilinos que ya auguran

e irradian la belleza y la esperanza.

Mira: la senda de los cielos busca;

sigamos sin temor sus limpios rayos

que ellos a playa llevarán segura,

sigamos esa luz limpia y tranquila

a través de la bóveda cerúlea.


VIII

Tranquilicé a mi Psiquis, y besándola,

de su mente aparté las inquietudes

y sus zozobras disipé profundas,

y convencerla que siguiera pude.

Llegamos hasta el fin; ¡ojalá nunca

llegara! Al fin de la avenida lúgubre

nos detuvo la puerta de una tumba

(¡oh, triste noche del lejano octubre!)

nos detuvo la losa de una tumba,

de legendario monumento fúnebre.

¡Oh, hermana!—dije—¿Qué inscripción confusa

en la sellada losa se descubre?

Respondiome: «Ulalume», esta es su tumba,

¡la tumba de tu pálida Ulalume!


IX

Quedó mi corazón como ese Cielo

ceniciento, como esas hojas mustias,

como esas hojas yertas y crispadas…

¡Ay! pensé: el mismo octubre fue, sin duda

fue en esa misma noche cuando vine

al través del horror y de la bruma

aquí trayendo mi doliente carga…

¡Oh, noche infausta, infausta cual ninguna!

¡Oh! ¿Qué infernal espíritu me trajo

a esta región fatal de la tristura?

Bien reconozco el mudo lago de Auber,

y esta comarca que el horror anubla,

y el bosque fantasmático de Weir,

la región espectral de la pavura!

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