Espantando sus primeras melancolías
Adán se irguió. Y era una eximia estatua
El fuerte y recio padre de la vida
Sobre su justo pedestal: las montañas.
Y vio bajo sus plantas
Que en una lenta agonía
Poco a poco la vida se iba
De las llanuras solitarias,
Y sintió que algo también moría
Dulce e inefablemente en su alma.Adán se irguió. Y era una eximia estatua
El fuerte y recio padre de la vida
Sobre su justo pedestal: las montañas.
Y vio bajo sus plantas
Que en una lenta agonía
Poco a poco la vida se iba
De las llanuras solitarias,
Y sintió que algo también moría
Y con sus ojos nuevos sin nada de profundo
Acaso Adán vio el rodar de los siglos futuros,
Y adivinó toda la tristeza de sus hijos
Y presintió todo el dolor del mundo.
Adán, enorme y solo,
Lleno de anhelos bondadosos,
Así en lo alto de los montes erguido
Sintió su frente envuelta de vacío.
¡Oh maravillosa montaña
Contempladora del rodar del Universo,
Muda, con sus ojos de esfinge sagrada
Clavados en el Tiempo!
¡Oh maravillosa montaña
Que serenas el alma
De plácido reposo y horas claras!
Gracias por tu bienaventuranza.
Gracias te dio el Hombre con sus ojos
Llenos de un manso encanto luminoso.
Y Adán, pausado, triste, pensativo,
empezó a descender de la montaña,
Abriendo nuevamente otro camino
Entre las breñas y las zarzas.
Y mirando la tierra dormida,
Él no pensó que un día
Sobre los campos obscuros brillarían
Las ciudades como estrellas caídas.
Comentarios
Publicar un comentario