CARTA A UN POETA (A Aimé Césaire), de Léopol Sedar






 ¡Para el Hermano amado y para el amigo, mi saludo
       tosco y fraternal!
Las gaviotas negras, los navegantes de los grandes ríos
       han hecho que goce de tus noticias
Mezcladas con especies, con ruidos olorosos de los
     Ríos del Sur y de las Islas.
Ellos me han hablado de tu confianza, de la eminencia
    de tu frente y de la flor de tus labios sutiles
Que te hacen, tus discípulos, columna de silencio, una
   rueda de pavo real
Que se eleva hasta la luna, tú resistes su celo alterado
   y jadeante.
¿Es acaso tu perfume de frutas fabulosas o tu estela de
   luz en pleno medio día?
¡Cuántas mujeres con piel de zapotillo en el harem de
   tu espíritu!
Mi encanto más allá de los años, bajo la ceniza de tus
   párpados
La brasa ardiente, tu música hacia la que tendemos
   nuestras manos y nuestros corazones de antaño.
¿Habrás olvidado tu nobleza, que es el canto
A los Ancestros, Los Príncipes y los Dioses, que no
   son ni flor ni gotas de rocío?
Debiste ofrecer a los Espíritus los frutos blancos
   de tu jardín
Tú no comes sino la flor, recolectada el mismo año
   del fino mijo
Y no hurtas ni un pétalo para perfumar tu boca.
En el fondo del pozo de mi memoria, toco
Tu rostro de donde saco el agua que refresca mi gran
   aflicción.
Te diluyes con aristocracia, acodado en la cima de una
   colina clara,
Tu lecho oprime la tierra que dulcemente castiga.
Los tam-tam, en las llanuras ahogadas, marcan el ritmo,
   tu canto, y tu verso es la respiración de la noche
   y del mar lejano.
Tú cantaste a los Ancestros y a los Príncipes legítimos
Tú cogiste una estrella del firmamento para la rima
Rítmica a contratiempo; y los pobres a tus pies desnudos
   arrojaron las esteras con la ganancia de un año
Y las mujeres a tus pies desnudos, su corazón de ámbar
   y la danza de sus almas desolladas.
Mi amigo, mi amigo —¡Oh, regresarás, regresarás!
Yo te esperaré — mensaje confiado al capitán del cúter
   bajo el Kaicedrat.
Tú regresarás para el festín de las primicias. Cuando
   humee sobre los techos la dulzura del atardecer al
   declinar el sol,
Y paseen los atletas su juventud, adornada como los
   novios, conviene que allí estés.

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