tratando de alcanzar la gloria que era
solo una manzana mordida, por el antojo de los otros,
indiscretos pequeños que se mordían las uñas
con una inapropiada sensación de hambre
soterrada bajo los paraísos o que jugaban
para ejercitar los bíceps, ocultando
una escasa manera de vivir.
La credulidad era nuestro sustento y pasábamos
de ser dioses despóticos a querer solo crecer
sin que nos molestaran y que los niños
fuesen educados por los niños.
Una moral manejada a nuestro antojo,
moral de niños, moral de rebelión
del deseo de mirar de frente
lo que nos separaba de nosotros mismos.
Pero creíamos, creíamos tener el mismo corazón
dentro del pecho para siempre y el cerebro
en la cabeza bien plantado.
Fuego madurando y no sabíamos leer pero
el lugar del otro no era para que lo ocupe nadie.
Y lo bello aparecía sin necesidad de espejos y sin
necesidad de la memoria.
El corazón no estaba de moda
y la tierra de papá se extendía impredecible
hasta ese montón de páginas arrancadas de las 1001 noches.
Una oscura imagen era mi grandeza
y en mi decir las palabras salían torpes o no salían,
imitando el silencio de la noche
o el frio mármol que pisábamos en los umbrales
donde reinaba el juego de las niñas.
En las manchas de las paredes miraba
imágenes por hacer que tenían, a veces,
los pies de los muebles y las garras de leones
sostenían la mesa donde nos ocultábamos
para decirle al mundo que nuestra cabeza
tenía la osadía de querer portar una corona.
No conocía mi forma preferida
tampoco tenia la preocupación de ser algo en el mundo,
subordinarme a alguna manera del amor y hablaba para nadie.
Sin embargo, se alzaban en la infancia muros que nunca
pude destruir por completo y guardaba con dolor el coraje
de haber partido el mundo en dos de una vez y para siempre.
La niña se ha hecho mujer. La mujer pide la palabra.
Le contesta el silencio y ella se deja deslizar hacia su pasado
donde quedaron rescoldos de un ardoroso descubrimiento
encontrado al azar entre hallazgos inesperados
y la algarabía de anómalos sueños dormidos,
aquellos que no sabían que iba a ser carne de poeta.
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