REQUIEM DE OTOÑO, de Norma Menassa




Una canción estalla contra la tierra y salpica mi cara con imágenes,
son como flores negras que no aceptaron la eternidad.
Son flores muertas y hunden en mis ojos un temblor antiguo
de madre desolada que ha olvidado su cuerpo de tanto buscar
en los bordes de las calles el tumulto arremolinado
de un viento que terminará, seguro, en lluvia.

Un árbol recordando mis venas crece en un crepúsculo dorado
hacia la nada y escucho un llanto corriendo entre los túneles
hacia la falta sedienta de la Tierra.
He abierto la ventana y la casa se llenó de hojas
que cubrieron mi cabeza y se enredaron en mi pelo
como una caricia esperada hundida en el silencio.
Cambiantes fueron los besos detrás de frágiles cristales
empañados por el vaho de un vapor infinito,
hizo crecer un musgo nocturno llenando el lecho de jugos
donde deslizarme blandamente.
Aquí está el que huyó con un sueño en las sienes
y pegado a la vida salió de la tierra con un gesto mortal
No, no pronuncies mi nombre que reconocerán los huecos
que dejaron en mi corazón comido, las ausencias.

Del ayer se desprenden ráfagas de olvido y el tiempo
se evidencia en un otoño inevitable
mientras que apoyados en alguna puerta imaginada
los fantasmas entregan a las nómadas esta joya del tiempo
Ahí están los amados invadidos por telarañas azules
sobre el cierzo del pasado, con sus gestos de antaño,
sus cuerpos sin vapor huyendo hacia un cielo infinito
donde se aloja el alma. Con un olor de luna
el fuego arde por las terrazas de la lluvia y en las baldosas,
manchadas por el tiempo, corre el murmullo de las perdidas glorias
y el grito de la hoguera se vuelve un dios que canta
salmos a la luz y el maleficio mezcla de pánico y grandeza
cae sobre los nombres que se borran como si un crimen
hubiese manchado con su veneno la aventura
de haber vivido un tiempo.

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