fui yo que pasó a través del tiempo
entre certezas y arrebatos
entre fuegos fatuos y ardientes llamas
en cuyas puntas oscilé tantas veces
nunca en el mismo instante del crepúsculo
de la misma manera que el sol nunca se pone
igual sobre el azul del cielo cayendo enrojecido.
Todo pasaba a velocidades inaudibles que
no permitían detenerse y así el dolor flotaba
y desaparecía, asomado como yo, a estas barandas
por las que me asomo para ver la ciudad
en sus techumbres color ladrillo y cielo azul.
Era natural que la vida me trajera como un regalo
el encuentro con mi misma, dando lugar a estar
siendo amada y provocar en el otro una hecatombe
de emociones de la que nunca me hice responsable.
Conmigo han vivido todas las épocas,
fui antigua y fui moderna, viví en un reino
que alguien puso en mis manos y todo mi reino
fue distante en donde algo fui y alguna cosa seré
Extraña coincidencia de palabras que me llevan de la mano
a verme como aquella de la infancia y mi figura avanza
y se me acerca y pasa a mi lado, pero debe seguir andando
sin volver para atrás, pero viéndome siempre y todavía.
Pero hay tanto que hacer…
El tiempo se detuvo para verme pasar y no sé
cómo sucedió esto, pero lo atravesé con mis silencios
y amé también lo que moría, porque no quería morir
y perdí todas mis creencias y fui la sombra
desprendida de mí que me asustaba con sus cambiantes
formas y era inexplicable saber que había algo de mí
que no era de mí y el misterio fue un secreto olvidado
Pero hay tanto que hacer…
La noche tiene sus ruidos y en ella me desplazo con mi nombre
y mi andar tiene cierto balanceo donde me desprendo de algunas
cuestiones innecesarias hasta llegar al punto
de una ignorancia liviana y me acostumbro a andar
entre las alturas donde me crecen alas
que algún día desplegaré y esa será toda mi fortuna.
Una existencia jugada siempre en el abismo
de lo que reniega y acepta al mismo tiempo
y no tengo palabras que abarquen este drama
y estoy aquí sin tratar de medir el tiempo
transcurrido, como decía Séneca, que me sonríe caprichoso,
desde esa frase colgada en mi escritorio,
siendo la inmortalidad la que sostiene
la cifra de mis ochenta años como si fuesen veinte,
y veinte años son nada.
Y otra vez vuelvo al principio del camino donde
la vida me espera para acompañarme y gana,
sutil, juguetona, sin tenerme en cuenta para nada,
jugando una partida de ajedrez hasta mi jaque mate,
que me verá caer con la ilusión de una mujer enamorada.
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