NADIE ME LO PIDIÓ, de Norma Menassa






Me decían, partir el pan y repartirlo
porque la vida es sólo el manotazo que derriba a la muerte,
y acudía presurosa porque todo podía ser de todos,
y la grandeza es el desfile de actos cotidianos,
fugaz presente tratando de abarcar al mundo y penetrarlo.
Había palabras como soles en la mesa
y el mundo zumbaba en cada recorrido de la luz
hasta que el día se desmoronaba y todo cambiaba
al color de las sombras mientras alguien doblaba por la esquina
queriendo robar algún amor, algún sueño perdido
alguna ligereza para aliviar el peso de la espalda
Nadie me lo pidió,
pero hablé de lo que no conozco
y fui uno más de aquellos que quedaron vivos después de los bostezos
y nada más que por estar llegué
hasta las aguas del arroyo donde
mojé mis labios en la piedra que goteaba
y toqué la tierra humedecida donde crecía el musgo
que se pegó a mi piel y fui la verde imprecisión temerosa y profética
como de infancia vivida en las veredas,
solo al amparo de gorriones.
Nadie me lo pidió
pero gané futuro en cada paso, sin mirar para atrás,
cayendo como cae el día en un corredor interminable donde
nunca se apaga la fábrica de sueños y apenas un rasguño
es la delicada marca de mis pies sobre el silencio.
La noche como un pájaro azul lleva en su pico las horas ya vividas
y el viento borra los colores que a ciegas tiñe el tiempo.
Yendo en busca de algunas claridades y aunque nadie me lo pida
dejo algunas plumas que no sirven para el vuelo,
sombras que son palabras enhebradas
bordando cicatrices invisibles,
y un puente colgante donde se balancea mi nombre
hasta el vértigo de las gotas de aguas estremecidas.

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