mi monumento, ya soy casi una estatua,
tantas historias grabadas sobre el agua,
tantos amores desparramados
tantas canciones quebradas en medio
de una escala, tantos ruegos,
adioses en los que no creía
tantas piedras a las que salté
como desengaños rompiendo en mi caída
el hielo de alguna indiferencia
que me ignoraba viva y otras vidas
pegándose a mi vida haciéndome
la otra de los otros.
Grandes extensiones que nunca llegaré a conocer.
Fui la temprana tierra reclamando su flor
sin poder elegir entre poder olvidar
o recordar el bien.
Hubo un saber anterior distinto al mío que,
a veces, impedía los encuentros
y fui también la gota de agua que se desliza
antes de ser tocada, ocultando una verdad
que es un puro espejismo
solo por recordar el agua saliendo de los sueños
en cada despertar de la mañana.
Llegó a cesar el espejo su ronda cotidiana
el reloj asombrado desperezando sombras
girará hasta alcanzar la carrera del sol
donde acaba y comienza un incorruptible
trozo de existencia que la estatua me pide
que arrojemos alguna vez a una oscuridad
abierta donde copularán el rayo de la luz y el miedo.
Una infancia demorada acude presurosa
a hablar de mi alma en flor
buscando un nombre eterno
y me avergüenzo una vez más del sexo
que dibujará el mármol de mi estatua
posando en algún bosque mientras detrás de mí
se abrazan las copas de los árboles
y la naturaleza me conquiste sin ayer
y teja anillos de carbono y prolifere el verde.
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