De dónde nos viene esta veta de materia gastada,
esta espiral de cansancio siempre en acecho,
esta zona de pergamino enfermo
que sin aviso nos desabotona el saco,
nos afloja el abrazo,
nos tuerce de repente los ojos
o nos hace callar en la mitad de una palabra.
De dónde nos viene este ariete precursor,
esta fisura ubicua,
bautista del agujero eterno.
De dónde esta filiforme anticipación
que se nos cuela como el revés de la ternura de una amante
y nos empuja un poco más el párpado,
nos roba lo que íbamos a decir
o nos calca el derroche de los rostros.
De dónde esta humorada, esta espuma de jabón del abismo,
este rapto ínfimo,
este buche de la muerte,
esta ocasión de meter el dedo en la grieta
que esculpe subrepticiamente la piel interior de cuanto
existe.
Un minúsculo monigote, un dios enano
anda rondando el pecho enfermo
de esta minúscula claridad que llamamos vida.
Habría que cortarle las manos.
O habría que clausurar la claridad.
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