Busco en vano el punto donde se movió
la sangre que te nutre, infinito
rechazarse de los círculos, más allá del espacio
breve de los días humanos,
que te hice presente en una congoja
de agonías que no sabes, viva en un pútrido
pantano de astro abismado; y ahora
es linfa que dibuja tus manos,
te late en los pulsos inadvertida y el rostro
te inflama o descolora.
También la red minuta de tus nervios
recuerda un poco este su viaje
y si los ojos te descubro allí se consuma
un fervor cubierto de un paso
borrascoso de espuma que ora se espesa
ora se rompe, y tú lo sientes en los zumbidos
de las sienes desvanecer en tu vida
como se rompe a veces en el silencio
de una plaza amodorrada
un vuelo estrepitoso de palomas.
En ti converge, ignara, una aureola
de hilos, y cierto, alguno de ellos se parecía
a los otros; y hubo quien estremeció la tarde
recorrido por una cándida ala en fuga,
y hubo quien vió larvas vagabundas
donde otros faltantes chiquillas en enjambres,
o separaciones, cuál relámpago que derramas,
en el sereno una arruga y el choque de las
palancas del mundo salidas de un desgarrón
del azul la envolvió, lamentoso.
En ti me aparece una última corona
de ceniza ligera que no dura
pero desflecada se precipita. Querida,
desquerida, es así tu naturaleza.
Tocas el signo, tramontas. ¡Oh, el zumbido
del arco que es disparado, el surco que ara
la oleada y se encierra! Y ahora sube
la última burbuja. La condena
es tal vez esta desvariante amarga
oscuridad que desciende sobre quien queda.
Comentarios
Publicar un comentario