II
Los hombres y las hembras resbalan en el fuegode estas calles que caen al mar. Pierden sus ojos
en la contemplación del remolino aciago.
Porque la gravedad y el magnetismo,
lo óptico y lo acústico,
luchan a muerte en su aire de pólvora.
Y el mar, como un martillo,
clava su estilo en los hambrientos túneles
de ascensores que encarnan guillotinas;
jaulas que llevan su carga al infierno.
Las tablas y el cemento participan del mar
y laten en la noche como venas gastadas
por la presión del mundo
que fijó el horizonte
en sus pupilas.
Ojos que abren el saco
de cada tripulante,
y ven en el carbón de su conciencia
como un faro en la trémula neblina.
El mundo desembarca
en esta raya, día y noche. El puente
de las escalas cruje
bajo los pies del mundo
que entra y sale
por la matriz exacta del Pacífico,
en medio de un estruendo
irrespirable por el humo.
También las negras llamas
son parte de ese viento enajenado. El ronco
fuego muerde
la resina y el yodo
de los techos. La luna
sale a mirar a su rival quemada.
Todo es parte del viento, las bocinas
manchan de sangre el mar con sus agujas.
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