EL PERSEGUIDOR, de Piedad Bonnett





En todas mis ciudades apareces,
ay, oscuro y eterno y sigiloso
lobo de mis heridas y mis hambres.
En los fríos museos, apareces,
hecho tibio murmullo en mis oídos.
En los vestíbulos de los teatros,
en la voz del actor que se acongoja,
y en las inmensas,
las desoladas camas de hotel iluminadas
por la luz azulosa
de algún televisor que a nadie le habla.
En la más brusca esquina, repentino,
allí estás, con mi historia y con tu historia,
venido de tan lejos
y tan cerca
que me erizas la piel. Y te persigo
por las calles de todas mis ciudades
hasta que te das vuelta y eres otro
y eres todos
y vuelvo a estar conmigo,
sola de mí y de ti
hasta que apareces
ay, oscuro y eterno y doloroso
lobo que resucitas en mi carne.

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