UN DESCUBRIMIENTO, de Vladimir Nabokov





 La hallé en una tierra legendaria

toda rocas y espliego y dispersa hierba,

donde estaba posada sobre arena empapada

vecina al torrente de un desfiladero.


Los rasgos que combina la señalan como nueva

ante la ciencia: forma y tono —el tinte tan singular,

consanguíneo de la luz de la luna, que atempera su azul,

la parte inferior deslustrada, la franja taraceada.


Han aislado mis agujas su sexo esculpido;

los tejidos corroídos no pudieron ya ocultar

esa mota inapreciable que ahora riza la lágrima

convexa y límpida sobre un portaobjetos iluminado.


Se gira un tornillo lentamente; y saliendo de la bruma

dos ambarados garfios se inclinan simétricamente,

o escamas cual raquetas de amatista

atraviesan el círculo encantado del microscopio.


Yo la hallé y yo le di nombre, al ser versado

en el latín taxonómico; me convertí de ese modo

en padrino de un insecto y su primer

definidor: otra fama ya no quiero.


Desplegada en su alfiler (dormida profundamente),

a salvo de los parientes y la corrosión reptantes,

en la aislada fortaleza donde conservamos

los prototipos de especies ella transcenderá a su polvo.


Oscuros cuadros, tronos, las piedras que los peregrinos besan,

poemas que en morir tardan mil años,

tan sólo remedan la inmortalidad

de esta roja etiqueta sobre una tenue mariposa. –— 1943


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