Más allá de la distante muerte, alma mía,
veo tu imagen así:
un naturalista provincial,
excéntrico perdido en el paraíso.
Ahí, en un claro, dormita un ángel salvaje,
criatura más o menos pavonada.
Tantéalo curiosamente
con tu paraguas verde,
especulando cómo, en primer lugar,
escribirás un ensayo sobre él,
después… ¡Pero no hay revistas eruditas,
y en el paraíso lectores no hay!
Y ahí estás tú, sin creerte aún
tu callada aflicción.
Sobre ese soñoliento animal azul
¿a quién le contarás, a quién?
¿Dónde está el mundo y las rosas clasificadas,
el museo y las aves disecadas?
Y tú miras y miras a través de tus lágrimas
esas alas innombrables. –— Berlín, 1927
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