Yo tengo la palabra agusanada y el corazón lleno de cipreses metafísicos, ciudades, polillas, lamentos y ruidos enormes, cuando la personalidad, colmada de eclipses, aúlla: ¡Mujer, sacúdeme las hojas marchitas del pantalón!...
Andando, platicando, llorando con la tierra por los caminos varios, se me caen los gestos de los bolsillos, -atardeciendo olvidé la lengua en la plaza pública...-, no los recojo y ahí quedan, ahí, ahí, como pájaros muertos en la soledad de los mundos, corrompiéndose; el hombre corriente dice: "son colillas tristes"; y pasa como un bruto por una gran catedral gótica, lloroso y baboso.
Como el pelo me crecen y me duelen las ideas; dolorosa cabellera polvoroso, al contacto triste de lo exterior cruje, orgánica, vibra, tiembla, dramática de verdades y parece un manojo de acciones irremediables; radiogramas y telegramas cruzan los hemisferios de mi fisiología aullando sucesos, lugares, palabras.
Ayer me creía muerto; hoy no afirmo nada, nada, absolutamente nada y, con el plumero cosmopolita de la angustia, sacudo las telarañas a mi esqueleto sonriéndome en gris de las calaveras, las paradojas, las apariencias y los pensamientos; cual una culebra de fuego la verdad de la verdad le muerde las costillas al lúgubre Pablo.
Aráñanme los cantos, la congoja y el vientre, con las peludas garras siniestras de lo infinito; voy a inventar dos mundos ¡carajo! (¡mis águilas se ríen a carcajadas de mis águilas irreparables!).
Un ataúd azul y unas canciones sin sentido, intermitentes, guían mis trancos mundiales.
Y la manta piojenta de la vida me envuelve grotescamente como la claridad a los ciegos... (Ruido de multitudes y automóviles y muchedumbres van conmigo, pues como pájaro solo y loco revienta lo absoluto en los álamos negros de tu cabeza. ¡Pablo de Rokha! ... ) ¡Universo, Universo, ¡cómo nos vamos borrando, Universo, tú y yo, simultáneamente!...
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