En Santa Sofía la lengua española
volaba inmutable
como una paloma entre muros
de piedras de luz medievales.
volaba inmutable
como una paloma entre muros
de piedras de luz medievales.
El tiempo adhería colores y rostros
y escenas de sacros alardes.
La furia y la guerra injuriaban
la pátina ingenua del arte.
Fragor de conquista y asalto,
calor de martirio y de sangre.
Temblor adjurado: Dios cambia
de nombre y de ritos gremiales.
La bóveda herida de arpegios,
de murmullos confusos y orantes.
Desfile de viejas leyendas
que dejan piadosos bagajes.
De pronto soñamos que todo
se hace pájaro azul en el aire,
se torna presente, recobra su esencia
y adquiere verdad y realce
igual que si fuese una dulce colmena
y Dios destapara su enjambre.
Milenios y levas, los siglos, las gentes
de súbito en música y luces renacen.
Pasado que vuelve, espectros que vuelven
y pugnan con nuevo calor y coraje.
En Santa Sofía la lengua española
cortaba lo mismo que un sable
la tela de araña del tiempo
y Dios daba un paso adelante.
Los versos sonaban a historias que vuelven
de ayer, y al hoy se unen con lírico engarce.
Es todo presente. Levantase todo
en un invisible, místico combate.
Aquellos que un día vivieron, no viven,
pero con nosotros su espíritu aún arde.
Aquellos que hicieron al ara primera
devuelven al templo sus sacros remates.
Aquellos que oraban pintando su símbolo,
su símbolo en música y en luces deshacen.
En Santa Sofía la lengua española
-sus versos de claro lenguaje-
con óleos de pura armonía
consagra de nuevo los viejos altares.
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