Y tú que en la noche oscura has abierto los ojos y te has levantado. Te has asomado a la ventana. La ciudad en la noche. ¿Qué miras? todos van lejos. Todos van cerca. Todos muy juntos en la noche. Y todos y cada uno en su ventana, única y múltiple. Si tú mueves esa mano, la ciudad lo registra un instante y vibra en las aguas. Y si tú nombras y miras, todos saben que miras, y esperan y la ciudad recibe la onda pura de una materia. Toda la ciudad común se ondea y la ciudad toda es una materia: una onda única en la que todos son, por la que todo es, y en la que todos están; llegan, pulsan, se crean. Onda de la materia pura en la que inmerso te hallas, que por ti existe también y que desde lejísimos te ha alcanzado. Allí respira en la extensión total -¡ah, humanidad!- con toda su dimensión profunda casi infinita. Ah, qué inmenso cuerpo posees. Toda esa materia que viene del fondo del existir, que un momento se detiene en ti y sigue tras ti, propagándote y heredándole y por la que tú significadamente sucedes. Todo es tu cuerpo inmenso, como el de aquél, como el de ese otro, como el de aquella niña, como el de aquella vieja, como el de aquel guerrero que no se sabe, allá en el fondo de las edades, y que está latiendo contigo. Contigo el emperador y el soldado, el monje y el anacoreta. Contigo la cortesana pálida que acaba de ponerse su colerete en la triste mejilla, ah, cuán gastada. Allí en la infinitud de los siglos. Pero aquí sonríe contigo, bracea en la onda de la materia pura, y late en la virgen. Como ese gobernante sereno que fríamente condena, allá en la lejanísima noche, y respira ahora también en la boca pura de un niño. Todos confiados en la vibración sola que a todos suma, o mejor, que a todos compone y salva, y hace y envía, y allí se pierde todavía íntegra hacia el futuro. Oh, todo es presente. Onda única en extensión que empieza en el tiempo, y sigue y no tiene edad. 0 la tiene, sí, como el Hombre. |
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