I
EN LA ESTACIÓN de las hojas vacías y los muelles desiertos,
delante de la lluvia, heme aquí de regreso de los lúcidos viajes.
Soy Juancito Caminador y vuelvo, preguntando:
¿Dónde estará el retrato mío de aquel tiempo?
Sí, señor Rilke, el pensador es un solitario,
pero únicamente cuando crea, escribe, pinta, canta, compone, esculpe y muere.
Antes de entrar en mí, antes de ir a encerrarme al gabinete de la rosa,
anduve por donde están la luz, la sombra y los sucesos mágicos y corrientes,
divagué por el parque silencioso para salir de allí con el poema virgen,
nacido de la contemplación, el amor a la vida y a la nostalgia.
Once, Constitución, infancia, adolescencia, el parque de Lezama con su templete griego.
De la profundidad umbría en que descansan los monumentos pálidos y las tristes violetas,
venían los cantos de los ansiosos pájaros y los gritos de los niños feroces
a acariciar mi frente, el recóndito fuego.
El Nacional Central era un gigante pétreo que me mataba de álgebra.
Yo solía mirar por la ventana las nubes vagabundas, las azoteas sórdidas,
los techos que embellecen los súbitos chubascos.
Algún gris profesor sin pasado, sin ángel, me llamó distraído.
Yo miraba la vida.
Los domingos, con Rafael, huíamos a un pueblecito verde y azucena,
tan pequeño, que cabía en el atrio de su iglesia.
Directora de aulas y jardines, allí estaba la madre de Jijena,
cultivando mirasoles y brocales y patios de hondas galería.
Ya escribíamos versos, bello y amargo oficio.
¿Cuántos de aquellos seres, la querida maestra, la modista de Temperley,
el cuidador de plantas, los alegres linyeras
y la enferma del piano cuyo candor agónico traía dulces
recuerdos del fondo de las quintas
verán ahora crecer las madreselvas desde la azul raíz?
¿Dónde estará el retrato mío de aquel tiempo?
¿En el cajón de la cómoda antigua de la primera novia,
junto con las alhajas que dejan los ausentes, la ropa íntima, el espliego
-Adrogué, un corso, noches, Montevideo, andanza trágica y creadora-,
La Rioja, el vestíbulo de la gran aventura, suelas gastadas, hambre, sueño?
Entonces como ahora amaba yo los días radiantes y las densas cerrazones,
el vino que bebían los blancos albañiles y su merienda fría,
el silbato del tren en la inmensa estación del Gran Sur y su crudo ladrillo
y su esqueleto de hierro enmohecido adonde iban a morir las golondrinas.
Y amaba andar las dársenas y los barcos funámbulos,
porque el puerto es un viaje que siempre está de viaje,
porque el viaje es poeta, porque luchar, amar y soñar son viajeros.
Sólo las catedrales, las estatuas, las fábricas cerradas están quietas.
Me gustaba morder las frutas ácidas y la niebla de las calles
sin tránsito
y en las calientes siestas asomarme a las sonoras herrerías,
a los aserraderos con perfume de bosques trashumantes,
a las estrechas librerías de viejo de misteriosos libros amarillos.
¿Dónde estará el retrato mío de aquel tiempo?
II
¿Lo llevó a Francia Lucy Demailly, viuda de un médico, loco en la guerra del 14?
Permítanme una clara sonrisa para aquella mi insigne profesora de besos.
¿Lo habré perdido cuando escapaba sin pagar de las fondas y los turbios hoteles
y las tibias trastiendas de baraja curtida y gruesa sopa de ajo,
donde solían cantar los carreros criollos y los obreros asturianos?
¿Quedó entre virutas y albayalde, el camarín bajo la antigua carpa
y la blusa, primor de lentejuelas, de la ecuyere en el circo furtivo?
Pues yo amaba también la gracia buscavidas, la sinfonía tonta, bandalisa de barrio,
y sabía lo penoso que es ver partir al circo.
Partir, llegar, yo inventé esas palabras. Vislumbro la silueta
de los buques insomnes anclados en la orilla del Riachuelo ilustre,
cuando rompían el húmedo silencio de la noche saudosos acordeones
en las rancias cantinas tocaban mis amigos italianos.
Pero ¿y aquella foto? ¿Cómo fue, dónde fue, cómo era yo?
¿Cómo sería de encantador o atroz?
III
En la primera juventud, salto a Europa, descubro el otro nuevo mundo
después de haber andado mi país de ancha espalda y de verde robusto.
Fueron tan sólo las Canarias, Cádiz, Málaga, Valencia, Barcelona, en camino a Lutecia.
París era el destino de la aventura, entonces. Conocí su secreto
y gocé la taberna y el Louvre, los sucios malecones y la limpia avenida
y la usina oxidada y el caminado Sena y la gorra torcida del arrabal altivo
y el bal mussette y aquella que me enseñó un dialecto de luna y boardilla.
¿Lo dejé en la maleta extraviada a la aurora?
¿Por distraerme, oyendo cantar a los huelguistas portuarios en el Havre?
¿Se lo llevó a la orilla del Támesis la extraña inglesa que me regaló un caballo?
Se lo robó mi amiga del «Noctambules» que leía a Horacio?
¿Se lo llevó consigo Shangai Lily a Shangai?
Entonces yo sabía del martirio de China (el poeta es profeta,
se escapa de estos versos o penetra en su entraña más celeste,
para ver cómo allá la libertad se instala, la tierra se reparte,
el más remoto pueblo joven recobra su mañana, va detrás de Tchu Te,
el victorioso Ejército que desbordó los ríos venerables,
la silvestre y alborotada cuenca del Yangtzé,
las riberas del Mar Amarillo y carabelas y golondrinas y...
de un esplendor de arroz el gran silencio blanco).
¿Se lo llevó consigo Shangai Lily a Shangai aquel retrato?
IV
¿Se me extravió en Brasil, allá en Curvello,
en el tranvía de circunvalación?
Brasil, ancho Brasil, novia de selva y cielo,
austral resplandeciente, preferida del sol.
La profunda saudade me lastima los ojos.
Nisse, Mario, Raquel, la inminencia de Prestes
y en Paty do Alferes una menina morta,
su cochecito blanco, su corazón de leche.
V
Una calle en Madrid, Rosso de Luna (lindo nombre de astrólogo),
la casa inolvidable y el vino de la tierra.
Aún llegaban los ecos del festín de los moros en la cuenca de Asturias.
Entonces conocí a la Pasionaria, su bello rostro, la faz del desvelo.
¿Lo habré olvidado allí, o en la Cervecería de Correos,
con tantos camaradas más tarde devorados por exilios y muertes?
Y en ese año, otro salto a París; primer Congreso de Intelectuales,
Barbusse vivo, defensa de la cultura, fiebre, canción, ardientes vísperas,
los hermanos Roselli asesinados por sicarios del Duce y cagoulards,
a marcha al cementerio del Pére Lachaise, mi cementerio,
cuyos nobles muros los Federados pintan cada año los geranios de sangre
la brisa discurre suavemente donde yacen Abelardo y Eloisa.
¿Allí lo habré perdido? ¿Entre esa multitud que cantaba los himnos populares
tono fúnebre pero levantado, de odio, fe, combate y devenir?
Entre esa muchedumbre de crespón ondulante y bandera infinita?
VI
Y dos años pasaron y otra casa en Madrid, los aviones, la
pólvora violeta por las calles,
poetas y soldados en la Alianza de Intelectuales, los obuses.
Camiones que llevaban legiones voluntarias hacia el frente,
hacia la muerte, hacia la vida, hacia el anonimato de la gloria magnífica y solemne.
¿Habrá quedado allá junto a la fuente desplomada o dentro de una cacerola muerta?
¿En la trinchera del sector de Usera donde encontramos el primer cadáver?
¿Cayó al río Jarama cuando fuimos allá
mientras en sus orillas aceradas morían de pie los ínclitos soldados?
Y aun retorné a París y otra vez desde España henchida de fusiles.
El Segundo Congreso y en medio de la fecha memorable una muchacha tierna y poderosa,
Gerda Taró, que había caído en Brunete, llegó a París de paso, oh voluntaria,
en un cajón de pino, de regreso a su patria, espectro errante,
su militante corazón yacente.
Y se murieron todas las palomas.
Adiós, adiós. ¡Fueron tantos los muertos!
Ahora los veo a todos si recuerdo tu cara.
VII
Va allí a través de ese gran ciudadano del mundo que se llama Ilya Eremburg
y el sorpresivo encuentro con Chkalov que venía curtido por los aires polares,
entreví a la sexta parte del mundo, victoriosa capitana florida,
el nuevo nombre que tiene la esperanza.
VIII
Amberes, las Azores, el Mar de los Sargazos, Martinica, Guadalupe, el Canal,
aquel navío de carga lento y amontonado de carbón y de espuma,
fecunda singladura de amistad y prodigio de vehementes trópicos.
¿En qué Muelle, en qué Bar, en qué Café Concert, en qué Mercado,
en qué lámpara rota quedó el retrato mío de aquel tiempo?
IX
Chile, una angosta y larga faja de tierra viva.
Mar a un lado y al otro montaña azul. Seis años.
Yo fui huésped de Lota, tuve casa con Pablo.
Lo demás está escrito, no vale que lo diga.
Sé que no durarán la entrega y el escarnio
y en mi segunda patria se aclarará la sombra
el día en que el pueblo pueda conducir con su mano
verdadera, inmortal, su destino y su historia.
En Chile está mi hija. ¿Tendrá ella aquel retrato?
X
¿Estará en mi prontuario? ¿En el archivo de la gente combatiente y cabal?
Porque un día oligárquico, un día fraudulento,
detienen y procesan al poeta, embadurnan las yemas de sus dedos
todavía calientes de las tecla! heroicas de aquella maquinita que se llevó el empeño...
lo arrojan a los sótanos del Tribunal, lo llevan esposado ante el Juez,
y éste pide el balduque, una carpeta grande, repleta de recortes,
plena de poesía, de aventura y de honor,
cartas de todas partes, cantos civiles y poemas de amor.
Luego allanan su casa y se llevan los libros y el barco en la botella.
¿Estaría entre esos documentos de una vida apasionada y armoniosa,
entre esas tristes cosas del poeta más pobre de la Argentina,
la foto que Juancito Caminador perdiera?
Si un día se viene abajo la estantería oscura,
tal vez ese retrato mío de aquellos tiempos
ruede sobre la tierra como una rosa pura.
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